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-Mande celebrar misas por su finado.
Algunos días después, ya anochecido, estaba
sentado en su despacho, levantó los ojos y vio
ante sí a un hombre, cuya entrada no había
advertido, y gritó:
-íHola!
Acudieron los criados de la dependencia
contigua:
-Por qué habéis introducido aquí a un hombre
sin anunciarlo?
-A quién, Príncipe? Aquí no ha entrado nadie;
estáis solo.
En efecto, aquel hombre había desaparecido.
-Será, replicó Lubomirski, una ilusión de mis
ojos.
Los criados se retiraron; pero un instante
después volvió a aparecer delante de él el mismo
individuo.
-íHola! -gritó el príncipe por segunda vez.
Pero el aparecido desapareció inmediatamente y
los criados quedaron aturdidos, por no saber
explicarse la alucinación del amo, si no era
achacándola a una congestión cerebral, causada por
el exceso de trabajo. Aquel hombre fuerte no podía
admitir que él fuera un visionario y se ruborizaba
de parecerlo.
Mientras reflexionaba sobre aquella
inexplicable aparición, presentósele por tercera
vez y, al hacer el Príncipe el ademán para llamar
gente, díjole el misterioso personaje:
-No llaméis a nadie, lo que debo deciros no
tiene que oírlo nadie más ((**It6.799**)) que
vos; yo soy el marido de aquella pobre viuda, a la
que disteis el dinero para mandar celebrar misas
por el descanso de mi alma. Gracias a este
socorro, estoy en el paraíso y, en recompensa de
vuestra caridad, obtuve del Señor la gracia de
venir a deciros de su parte que el alma es
inmortal.
Al oír estas palabras el Príncipe agarró el
manuscrito, lo rasgó y, sinceramente convertido,
hízose ardiente defensor de la fe, una lumbrera de
Polonia por sus virtudes y doctos escritos, que le
merecieron ser llamado el Salomón del Norte. El
manuscrito blasfemo, rasgado por la midad, lo
guarda celosamente la familia Lubomirski>>.
El día 16 recibía don Bosco una carta
procedente de Giaveno, que nos da a conocer el
espíritu que animaba uno de los clérigos puesto
por él para trabajar en el Seminario Menor.
Muy Reverendo Señor y Padre Carísimo en Cristo:
Vivir y morir todo por Jesús y María. Este es
mi único deseo y a tal fin van dirigidas mis
acciones y oraciones. Vivir y morir en el servicio
del Señor, mirando de este modo por mi eterna
salvación y, hasta donde yo pueda, por la de mis
hermanos, sin regateo alguno de cansancio y
trabajo. Si en el pasado necesité conocer y hacer
la voluntad de Dios, ahora es y será siempre para
mí una estricta necesidad; y esta dirección, que
siempre, y en usted sólo encontré, suplico con
viva instancia que siga proporcionándomela.
En la nueva Sociedad de San Francisco de Sales,
existente en esta Casa del Oratorio, parece que
encuentra paz y descanso mi corazón. Ya he leído y
meditado las reglas y me someto a todas y espero
observarlas con la ayuda de Dios. Aquí tiene las
súplicas de un hijo prendado de ella, que pide ser
admitido y contado entre los hermanos de dicha
Sociedad, si a usted le parece bien y si soy digno
de tan gran favor.
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