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el vituperio que constituía para su ilustre
condición estar dedicado a tan vil servicio. Llegó
a ser tan violenta la tentación que el pobre
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estaba resuelto a colgar los hábitos y huir del
claustro. Pero, mientras lo agitaban estos
pensamientos, apareciósele de noche su ángel
custodio, en forma de hombre, y le dijo:
>>-íVen y sígueme!
>>Obedeció Liffardo y le acompañó hasta el
cementerio. A sus primeros pasos entre aquellas
pavorosas hileras de tumbas, a la vista de algunos
esqueletos, con el hedor de tanta podredumbre, se
sintió víctima de tan grande horror, que pidió al
ángel el favor de retirarse. El celestial guía
obligóle a seguir adelante un trecho más; después,
volviéndose a él, reprochóle su inconstancia
diciéndole:
>>-Tú también serás dentro de poco un hervidero
de gusanos, un montón de ceniza. Mira, pues, si
puede resultarte dar entrada en tu corazón a la
soberbia, volviendo las espaldas a Dios por no
querer soportar un acto de humillación, con el que
puedes comprarte una corona de gloria eterna.
>>Al oír estos reproches, Liffardo se echó a
llorar, pidió perdón por su falta y prometió mayor
fidelidad a su vocación. Acompañóle de nuevo el
ángel a su celda y desapareció, quedando el monje
firme en sus sinceros propósitos hasta la
muerte>>.
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