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despachando la correspondencia o tratando graves
asuntos temporales, o después de larguísimas y
cansadas audiencias. Y don Bosco sugería en
aquellas confesiones a los penitentes unos
pensamientos tales, y con tal unción, como quien
acaba de celebrar. Nos aseguraba don Luis
Piscetta:
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En efecto, aquellos mismos días, aunque
indispuesto, había aceptado el compromiso de ir a
predicar en Saluggia donde le esperaba con grandes
deseos el arcipreste don Juan Fontana. Pero
aproximándose el día de cumplir la promesa, se
sintió tan postrado de fuerzas que no se atrevió a
resistir las fatigas del viaje. Buscó entonces a
un sacerdote que aceptase suplirle y dirigióse al
teólogo Appendini de Villastellone.
Queridísimo señor Teólogo:
Veamos si puede sacarme de un apuro.
Yo tendría que ir a predicar unos Ejercicios
Espirituales a Saluggia (una meditación diaria) el
día de la Inmaculada ((**It6.790**))
Concepción, pero mi estado de salud me lo impide.
Podría usted suplirme? Es un buen pueblo y un buen
párroco; le escribo después de aconsejarme con el
canónigo Anglesio. Si me escribe pronto, me hace
un gran favor y quedaré más tranquilo.
Tomasito está bien y se porta admirablemente.
Que el Señor le acompañe y créame siempre suyo.
Seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
En el Oratorio debieron alegrarse de esta
determinación de don Bosco, pues cuando se alejaba
de ellos, especialmente en invierno, quedaban
preocupados por su salud. El frío de la estación y
otros inconvenientes inevitables, hacían más duros
los trabajos del púlpito y del confesonario. Tanto
más cuanto que de nada se quejaba, nada pedía,
aunque a veces, sin perder su jovialidad, sabía
hacer una advertencia,
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