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mi mal a don Bosco, el cual me dijo que la madre
de don Miguel Rúa, que estaba en el Oratorio,
guardaba un retazo de seda negra, con el que
Domingo Savio se cubría los ojos, cuando los tenía
enfermos. En seguida pedí a dicha señora aquella
tela y, en cuanto la tuve, me eché en cama a
descansar un rato, mientras mis compañeros estaban
en clase. Me eché tal y como estaba, pero antes
apliqué a mis ojos la pieza de seda prestada por
la señora Rúa. Contra toda esperanza, me dormí
inmediatamente y dormí profundamente durante unas
dos horas, es decir, hasta que me despertó la
campanilla que señalaba el fin de las clases. Tan
pronto como desperté, me quité el trozo de seda
negra de los ojos y me los lavé con agua fresca.
Desde aquel momento me encontré completamente
curado y con los ojos tan sanos como si nunca
hubiera sufrido el menor mal. Atribuí y sigo
atribuyendo todavía esta gracia, obtenida tan
rápidamente, sólo a la intercesión de Domingo
Savio, a quien invoqué en aquella circunstancia>>.
Después de este relato pasamos a la Crónica.
((**It6.787**)) <<27 de
noviembre.-Aconsejó don Bosco a todos los
muchachos, también a los aprendices, que hablasen
en lengua italiana, y dijo además: -Estamos
comenzando la novena de la Inmaculada. Cada novena
es fatal para alguno en el Oratorio. Es el tiempo
en que la Virgen hace la separación del trigo y la
cizaña y aleja a los obstinados en el mal.
Recordemos entre tanto que la muerte viene cuando
menos lo esperamos. Sucedió en Turín que mientras
una señora, sentada junto al fuego, se entretenía
en agradable conversación con sus parientes, la
llama alcanzó su vestido y, a pesar de todos los
esfuerzos para apagar el fuego, no lo
consiguieron. La pobre señora murió en pocos
instantes. >>
Contaba él frecuentemente alguna de estas
muertes imprevistas, demostrando la necesidad de
estar preparados. Al mismo tiempo recomendaba una
gran devoción al Angel Custodio, porque, él, que
ama a los que le son confiados, a menudo suele
darles aviso de su fin inminente, ora con
presentimientos interiores, ora con sueños o
visiones. Y contaba lo que le ocurrió a cierto
jovencito que, habiendo callado por vergüenza un
pecado grave en la confesión, contempló a la noche
siguiente a su Angel Custodio en una terrible
visión, notificándole que, si no confesaba aquel
pecado, estaría cerrado para él el paraíso y se
perdería eternamente. Al despertarse, corrió el
joven presuroso a los pies del confesor, declaró
lo que había callado, y, pocos días después, una
muerte repentina le abría las puertas de la
eternidad.
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