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es decir sobre el peldaño, observándolo todo con
los ojos bien abiertos. Entre tanto don Bosco se
había aprestado a repartir el pan. Los muchachos
iban desfilando ante él, felices por recibirlo de
su mano, y se la besaban al tiempo que él decía a
cada uno una palabra o le dedicaba una sonrisa.
>>Todos los alumnos, casi cuatrocientos,
recibieron su panecillo. Al acabar la
distribución, quise examinar de nuevo la canasta y
con gran admiración, comprobé que había en ella la
misma cantidad de pan que antes del reparto, sin
que hubieran llevado más panes o cambiado la
canasta. Quedé atónito y corrí derecho a mi madre
que replicaba:
>>-íVamos!
>>Pero le contesté sin más:
>>-Ya no voy; no quiero marcharme, me quedo
aquí. Perdóneme haberle causado esta molestia
haciéndola venir a Turín.
>>Después le conté lo que había visto con mis
propios ojos, diciéndole:
>>-No es posible que yo abandone una casa tan
bendecida por Dios y a un hombre tan santo como
don Bosco.
>>Y fue éste el único motivo que me indujo a
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permanecer en el Oratorio y más tarde a asociarme
a sus hijos>>.
De otro prodigio fue testigo el joven Dalmazzo.
El 10 de noviembre de 1861, acaeció en el
Oratorio una curación, de la que dio un amplio
informe escrito el caballero Oreglia di Santo
Stefano:
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