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extraordinarias. Los dos empleados de la cocina se
retiraron. Entre tanto, llegó mi vez y comencé a
confesarme. La misa estaba ya en la consagración,
y uno de los dos empleados volvió a don Bosco y
repitió:
>>-La misa está ya avanzada, qué daremos a los
chicos?
>>-íPero!... íQué ganas de molestar tenéis!
Dejadme confesar en paz, y ya veremos!, dijo don
Bosco.
>>Y añadió:
>>-Id a la despensa y buscad lo que haya,
recoged también lo que pueda encontrarse
abandonado por los comedores.
>>El mozo se fue y yo seguí mi confesión, sin
preocuparme mucho de que pudiera faltarme el
desayuno, pues tenía que marcharme para Cavour
pocos momentos después. Acababa yo de confesarme,
cuando por tercera vez volvió el mismo individuo
diciendo de nuevo a don Bosco:
>>-La misa va a terminar y no hay pan. Hemos
recogido todo lo que se encontró y hay unos pocos
panecillos, que no bastan para lo que se necesita.
>>Y metía prisa a don Bosco, que seguía
confesando con toda calma, para que diera las
órdenes que pedía el caso. Hízole señas don Bosco
para que no se apurase y añadió:
>>-Meted en el cesto los panecillos que quedan
todavía y dentro de unos instantes iré yo mismo a
repartirlos.
>>En efecto, después de confesar al chico que
estaba arrodillado a su lado, se levantó y se
acercó a la puerta por donde salían los jóvenes de
la iglesia al patio, que era la que está detrás
del altar de la Virgen. Allí se solía repartir el
desayuno y delante del umbral estaba ya la canasta
((**It6.779**)) del
pan. Yo entonces, repasando en mi mente los hechos
milagrosos que había oído contar de don Bosco y,
picado por la curiosidad, me adelanté a él para ir
a situarme en un lugar oportuno, que me permitiera
ver bien y observarlo todo a mis anchas. Al salir
encontré a mi madre a la puerta; llamada por carta
a Turín, había venido para llevarme a casa y me
dijo:
>>-Ven, Francisco.
>>Yo le hice ademán de que se retirara y añadí:
>>-Mamá, antes quiero ver una cosa, y después
iré en seguida contigo.
>>Mi madre se retiró a los pórticos. Yo fui el
primero en tomar mi panecillo y al mismo tiempo
miré al cesto y vi que quedarían unos quince o
veinte panecillos, a lo sumo. Después me coloqué,
sin ser visto, exactamente detrás de don Bosco en
un lugar más elevado,
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