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Llamóle a la cátedra el profesor Juan Francesia y
recitó la lección tan estupendamente que dejó
estupefactos a todos los alumnos. Desde entonces
ya no tuvo que lamentarse de que hallara
dificultad para aprender las lecciones, antes al
contrario, empezó a distinguirse entre los
compañeros por su feliz memoria, más que
ordinaria. Creemos que este cambio improviso no
puede atribuirse a otra causa más que a una gracia
singular, que quiso concederle la Virgen, cuya
devoción no se cansaba de infundir y recomendar
con ardor a todos los que estaban en relaciones
con él. Tanto más cuanto que aquel don le duró
todo el tiempo de su vida, como lo demuestran los
estudios posteriores, a los que después se dedicó
con gran éxito, y dan testimonio de ello todos los
que tuvieron ocasión ((**It6.772**)) de
conocerlo de cerca, entre ellos el profesor, don
Juan Garino.
Tendremos ocasión de hablar diversas veces de
otras gracias extraordinarias, que la Virgen
concedió a jovencitos que invocaban su maternal
auxilio; ahora queremos situar al lector en los
comienzos del curso escolar 1860-61.
El tres de noviembre se presentaron los
clérigos a examen en el Seminario. Eran veintidós,
y consta en las actas de calificaciones que dos
obtuvieron egregie (insigne), dieciséis optime
(muy bien), tres fere optime (casi muy bien), uno
sólo bene (bien). Los maestros ordinarios de los
alumnos fueron considerados entre los mejores,
indicando con ello que los estudios literarios no
habían perjudicado a los estudios teológicos; y se
dispusieron a comenzar las clases. El reglamento
de la casa, todavía sin imprimir, fue leído
solemnemente a los alumnos, estando presentes
todos los superiores con don Bosco. Además, en
cada una de las aulas, la primera hora de clase
estaba dedicada a dar una lección sobre la
importancia de los estudios, los medios para
lograr ventajosos y duraderos progresos, la
necesidad y el mérito de una buena conducta, la
obediencia para corresponder a los cuidados de los
profesores, sin olvidar los puntos principales, a
saber: la eterna salvación del alma, el amor a la
Iglesia, la obediencia al Papa y la vocación al
sacerdocio. Los profesores, cualquiera que fuese
la materia que trataran, hablaban animados por el
espíritu de don Bosco. Siempre hacían digna
mención de él. El clérigo Anfossi, al concluir su
lección, exclamó ante sus discípulos del segundo
curso de bachillerato:
-íVosotros, amigos, estáis reunidos, para
vuestra gran dicha, en el Arca de la preservación!
En esta casa os preparó el Señor un padre, un
siervo suyo para vuestra custodia. Con luz divina
os apartará del mal, del abismo de perdición; con
su santidad hará que os enamoréis
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