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iglesia. Han pasado muchos años y todavía tengo
grabado en la mente el recuerdo de aquella escena.
Cuando vine después al Oratorio, descubrí en el
que me recibió paternalmente al sacerdote del
sueño y comprendí muy pronto que el jardín era
nuestra Pía Sociedad>>.
Serán éstas puras fantasías, que se producían
en la mente de jóvenes nacidos y criados en
tierras diversas, y coincidiendo todas en
señalarles un mismo camino, que había de
conducirlos a la realización de su vocación? Ellos
no las consideraron imaginaciones casuales y,
alentados por aquellos recuerdos, recibieron las
sagradas órdenes y perseveraron resueltamente
durante muchos años trabajando en la educación de
la juventud, que les confiara don Bosco mismo.
Compañero de éstos fue José Rollini, que
ingresó en el Oratorio para seguir sus estudios de
pintura en la Academia Albertina, y le cupo
después la suerte de decorar con su pincel las
capillas y la cúpula de la basílica de María
Auxiliadora.
Junto con Rollini entraba en el Oratorio, el
seis de noviembre de 1860, Pedro Racca, de
Volvera, de diecisiete años de edad. Llevaba en su
rostro la sencillez de quien ha pasado su niñez en
el campo y era a veces burlado a causa de sus
modales por algún condiscípulo ciertamente menos
virtuoso que él. Pero el joven Racca, nunca se
quejó; antes, al contrario, lo sufría todo con
paciencia; y la constante alegría de su rostro
demostraba claramente que no sólo no guardaba
resentimiento alguno contra los que le hacían
burla, sino que los quería y se ofrecía para
cualquier cosa que fuera de su agrado. Era de
escaso talento y memoria poco feliz; y como no
había ((**It6.771**))
aprendido bien en la escuela de su pueblo los
primeros elementos de latín, sucedía
frecuentemente que no sabía la lección en clase, a
pesar de haber dedicado mucho tiempo a su estudio.
El lo sentía mucho, porque aquel fallo podía
impedirle seguir los estudios y llegar al
sacerdocio. Por eso rezaba y acudía a menudo a la
Virgen, de la que era fervoroso devoto, para que
le ayudara. Y no fue vana su oración.
En efecto, una mañana, mientras los alumnos
aguardaban en el aula al profesor y repasaban sus
lecciones, he aquí que entró Racca más alegre que
de costumbre, de modo que parecía que le había
sucedido algo agradable. Preguntóle un compañero
la causa de su alegría, y él, con toda sencillez,
empezó a contarle que en la noche anterior se le
había aparecido la Virgen y le había concedido el
don de la memoria. Al oír aquello, algunos se
quedaron admirados, otros se echaron a reír como
si tuviera por verdadero lo que era un sueño y
efecto de la imaginación. No se dio por ofendido
el joven, ni replicó.
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