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años. Después de despachar algunos asuntos, se
presentó a don Bosco, a quien deseaba conocer.
Quedó encantada de su afabilidad: tomó aparte a
Severino y le dijo al oído algunas de aquellas
palabras misteriosas, que obraban tantas
maravillas. Ella, que había quedado a cierta
distancia, no podía oír, pero quedó asombrada al
ver el efecto que hacían aquellas palabras en su
hijo. Había quedado como arrobado, electrizado.
Partieron los dos del Oratorio felices de haber
visto a don Bosco.
Pero el hijo mantuvo el secreto de las palabras
de don Bosco y no quiso revelarlas nunca a nadie,
llevándose consigo a la tumba su secreto. Ni la
madre pudo penetrarlo.
Al despedir a Severino, don Bosco le dijo:
-Escríbeme alguna vez, y yo te contestaré.
El jovencito titubeaba en escribirle; pues,
enfermizo como era, iba algo retrasado en los
estudios y le ruborizaba la idea de no saber
escribir bien.
La madre le instaba, y él se echaba para atrás,
aunque afirmaba que tenía un sinfín de cosas que
decir a don Bosco.
-Pues bien, concluía la madre, hazte cuenta de
que estás delante de don Bosco y le escribes como
si le hablaras.
Por fin rindióse a la idea Severino y escribió
a don Bosco, el cual le contestó en los términos
siguientes:
Queridísimo amigo mío:
Me ha gustado mucho tu carta. Si tú
experimentaste un gran consuelo por el poco rato
que estuvimos hablando, qué alegría sera la
nuestra cuando, con la ayuda de Dios, vivamos para
siempre felices en el cielo, donde a una voz
alabaremos a nuestro Creador por toda la
eternidad?
((**It6.764**)) Animo,
pues, amigo mío; manténte firme en la fe, crece
cada día mas en el santo temor de Dios; guardate
de los malos compañeros como de serpientes
venenosas, frecuenta los sacramentos de la
confesión y comunión; sé devoto de la Santísima
Virgen y ciertamente serás feliz.
Cuando te vi, me pareció descubrir en ti algún
designio de la divina Providencia; todavía no te
lo digo; si vienes otra vez a verme, hablaré mas
claramente y sabrás la razón de ciertas palabras
que te dije entonces.
Que el Señor os conceda, a ti y a tu madre,
salud y gracia; reza por mí que de corazón soy tu
Turín, 5 de septiembre 1860.
Afectísimo amigo
JUAN BOSCO, Pbro.
Al señor Severino Rostagno, estudiante, calle
del Pino, casa Valetti. Pinerolo.
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