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casa. Había aceptado don Bosco e iba de buena
gana, movido por sus santos fines. El viejo, fuera
de sí por la alegría, preparó una buena cena, los
jóvenes ejecutaron sus piezas de música y
representaron una función teatral. Allí pasaron la
noche. Hizo don Bosco todo lo posible para ganarse
el corazón de aquel hombre. Después buscó la
ocasión para llegar al tema y logró en algún
momento llevar la conversación a la necesidad de
hacer la paz y de la dulzura que se encuentra en
ella. El viejo repetía que quería perdonar al
párroco, pero que no se sentía con valor para
volver a entablar relaciones con él, y don Bosco
le decía:
-Entonces, hasta cuándo quiere usted seguir
así? Está ((**It6.758**)) con un
pie en la sepultura y quiere comparecer ante el
tribunal de Dios con esos rencores? Por qué no
volver a ser amigo del párroco, que después de
todo es un hombre de bien, y yo sé que le quiere y
habla muy bien de usted?
Pero era inútil. El viejo seguía en sus trece y
no daba el brazo a torcer.
Al marcharse a la mañana siguiente, don Bosco
invitó a su huésped a acompañarlo un trecho; y,
sin que él se diera cuenta ni pudiera después
escabullirse, hizo que su comitiva se encaminara
hacia la casa parroquial so pretexto de tocar una
serenata bajo su ventana, como lo pedían las
circunstancias. Llegados allá, el párroco que
estaba avisado de antemano, salió al encuentro de
don Bosco y le invitó a entrar en casa. Al viejo
se le hizo cuesta arriba, pero no pudo zafarse a
la invitación que, alegre y cordialmente, se le
hacía y penetró en la rectoral donde fue recibido
con toda suerte de atenciones. Había preparado el
párroco su mejor vino y pidió al anciano que
volviera a honrarle con su amistad. Ante tales
ruegos y las nuevas y repetidas instancias de don
Bosco, no supo resistir, hizo las paces y de esta
manera vio ampliamente compensada la hospitalidad
concedida a don Bosco.
Al caer de la tarde, entraba en el Oratorio la
feliz comitiva.
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