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((**Es6.571**) -íAh!, exclamó don Bosco; no me habías dicho que te pusiera a prueba? -Aquel joven alzó los ojos, que hasta entonces había tenido clavados en el suelo, miró a don Bosco, se echó a reír y respondió: -Si me lo hubiese dicho, me hubiera puesto en guardia y habría resistido el golpe. -íBravo; íSi lo hubieras sabido, ya no era una prueba! -Tiene razón. Y siguió riendo, recobrando su jovialidad. Este joven no fue aceptado en la Congregación; fue a Francia y, de vuelta después de muchos años al Oratorio, murió en medio de los Salesianos. También en aquel año de 1860, después de haber vuelto don Bosco a I Becchi, y visitado la querida tumba de Mondonio, se acercó a Chieri, donde había preparado el banquete la señorita Pozzo. Desde aquí envió a Turín al joven Pablo Albera con un compañero, para comunicar a don Víctor Alasonatti que no llegaría la comitiva al Oratorio aquella tarde. Después de la comida, con todo el equipo de músicos y demás jóvenes, prosiguió la marcha por la acostumbrada carretera provincial de Turín, pero cuando estaba a poca distancia del Santuario de la Virgen del Pilar y del Po, torció a la derecha y subió a Pino Turinés. Allí estaba ((**It6.757**)) de párroco don Santiago Aubert con quien le unía una antigua amistad. Desde el 1845 ejercía el sagrado ministerio en aquella parroquia rural y había descubierto la vocación de algunos jovencitos y los había encaminado a la carrera eclesiástica. Aquí conoció al jovencito Del Mastro, al que envió al Cottolengo para estudiar con los Tomasinos, que a la sazón no pasaban de diez. Y Del Mastro llegó a ser un santo y docto párroco. Vivía también en Pino la familia Ghivarello, cuyo hijo Carlos era alumno del Oratorio hacía algunos años. A menudo, cuando los condiscípulos de Carlos iban a Chieri, pocos o muchos, hacían allí una breve parada y eran tratados con generosa cordialidad. Entre los diversos amigos, que tenía don Bosco en este pueblo, había un anciano campesino y rico propietario. Este, por cierto equívoco de palabras, que juzgaba ofensivas a su honor, guardaba algún rencor al párroco y había roto hacía ya unos años toda relación con él; esquivaba las ocasiones de encontrarle y hablar. Pero don Bosco meditaba la manera de cómo lograr una reconciliación. Pues bien, aquel hombre, tozudo, pero no malo, le había invitado aquel año para que fuera con sus muchachos a Pino y pasar con ellos todo el día en su (**Es6.571**))
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