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las solemnes ceremonias y los cantos en la iglesia
ejercían sin duda una gran atracción; pero era
sobre todo la palabra de Dios la que triunfaba en
aquellos ((**It6.751**)) días.
Don Bosco convertía aquellos paseos en verdaderas
misiones apostólicas de un nuevo tipo. Predicaba
continuamente muy a su gusto y en toda ocasión,
convencido de que ello era un estricto deber suyo.
Sus sentimientos, manifestados en diversos
momentos y maneras, eran los de San Pablo:
<> 1.
Y después de un sermón, que había brotado de su
corazón, se sentaba a confesar.
Al caer de la tarde, tenía lugar la escena más
variada y conmovedora. Los muchachos del Oratorio
preparaban el tablado para el teatro, llevaban y
colocaban en orden las mesas en el lugar destinado
para cenar; uno tocaba un instrumento de música,
otro cantaba, alguno iba a confesarse con don
Bosco. Los hombres del pueblo, al entrar en la
iglesia y ver aquellos chicos tan devotamente
recogidos, que preparaban y hacían su confesión,
movidos por el ejemplo iban ellos también a los
pies de don Bosco.
-Pero, por qué has venido?, les preguntaba don
Bosco.
-Como he visto a esos muchachos... Tengo que
confesarme.
Los mozos, movidos por la curiosidad, iban a
ver un espectáculo, al que no estaban muy
acostumbrados, y el buen ejemplo fue para muchos
un estímulo para ponerse en gracia de Dios.
Una tarde uno de ellos se quedó contemplando a
don Bosco y a sus penitentes; se alejó, volvió;
por fin ((**It6.752**)) se
acercó resueltamente a don Bosco y se le presentó
diciendo:
-íYa no puedo seguir así! Quiero quitarme de
encima mis pecados.
Y lloraba. Entonces don Bosco le dijo:
-Qué es lo que ha herido tu corazón?
-Estos muchachos inocentes, he dicho en mis
adentros, se están confesando tan bien; y yo que
soy un pecador, tendré que seguir en este estado?
Quiero confesarme.
Y seguía llorando.
Al día siguiente fueron tantos los que
recibieron la sagrada hostia
1 1.¦ Cor., IX, 16-17.
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