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Estaban todos embelesados en sus diversiones
cuando, de pronto, Magone se alejó de los
compañeros y, a la chita callando, se fue a casa.
Uno lo vio y, temiendo que le pasara algo, lo
siguió. Miguel, creído que nadie lo veía, entró en
casa, no buscó a nadie, ni dijo nada a ninguno,
sino que se fue derecho a la iglesia. El que le
seguía lo encontró solito y de rodillas ante el
altar del Santísimo Sacramento, rezando con
envidiable recogimiento.
Habiéndole preguntado después por qué había
dejado a sus compañeros tan inesperadamente para
ir a visitar al Santísimo Sacramento, respondió
sinceramente:
-Temo mucho volver a ofender a Dios, y por eso
voy a suplicar a Jesús en el Sagrario para que me
dé fuerza y me ayude a perseverar en su santa
gracia.
Sucedió otro curioso episodio por aquellos
mismos días. Estaban ya una noche todos
descansando, cuando oyó don Bosco llorar. Se asomó
despacito a la ventana y vio a Magone en una
esquina de la era que miraba al cielo y suspiraba
llorando.
-Qué tienes, Magone, te encuentras mal?, le
preguntó.
El, que se creía solo y suponía que nadie le
veía, se desconcertó y no supo qué responder. Pero
como don Bosco repitiera la pregunta, Magone
contestó con estas precisas palabras:
-Lloro al mirar la luna y las estrellas, que
hace tantos siglos aparecen regularmente para
iluminar las tinieblas de la noche, sin
desobedecer nunca las órdenes del Creador,
mientras yo, que soy tan joven, yo que soy un ser
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racional, que debía haber sido fidelísimo a las
leyes de mi Dios, le he desobedecido muchas veces
y le he ofendido de mil modos.
Y dicho esto, se echó a llorar de nuevo; don
Bosco lo consoló con unas palabras que calmaron su
conmoción, y volvió a acostarse.
Era ya la víspera de la fiesta del Rosario.
Unos sesenta muchachos del Oratorio, los músicos
entre ellos, llegaron a I Becchi, siguiendo el
itinerario del primer grupo. La solemnidad del día
siguiente fue sobremanera edificante, al ver a
aquellos jóvenes acercarse tan devotamente a la
sagrada mesa, junto con muchas otras personas de
los alrededores. La música de la misa solemne y de
la bendición con el Santísimo Sacramento resultó
fervorosa y espléndida. Don Bosco predicó:
Antes de la fiesta habían ido los muchachos a
visitar algunos pueblecitos próximos a I Becchi,
pero las grandes excursiones, como pomposamente
las calificaron los alumnos, siempre estaban
reservadas para después de la solemnidad del
Rosario. Aquel año todavía,(**Es6.56**))
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