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((**Es6.556**) asuntos, relacionados con la Diócesis, expuso don Bosco el proyecto de construir un colegio en Mirabello, donde poder cultivar especialmente las vocaciones eclesiásticas, que escaseaban. Recibió el Prelado la propuesta con la mayor satisfacción, la aprobó, la bendijo y dio gracias a Dios por ello. Quedóse don Bosco en Casale unos días, reservándose el exponer oportunamente la conveniencia y utilidad de dar a aquel colegio el carácter de Seminario Menor diocesano. Pues bien, sucedió que fue invitado a un banquete al que también debían asistir el Obispo, muchos sacerdotes y varios seglares constituidos en dignidad. Notificóse a don Bosco, que era amigo y confidente de la mayor parte de los comensales, ((**It6.737**)) que en semejantes ocasiones no se solía bendecir la mesa, y que esto causaba mala impresión a algunas personas piadosas. Como don Bosco no experimentaba molestia ni temor alguno, cuando se trataba de la mayor gloria de Dios, pensó en una broma que sirviera de aviso. Llegó la hora de la comida; los convidados tomaron asiento y se sirvieron los entremeses. En aquel instante, don Bosco, que adrede entró el último, se acercó a su sitio en actitud de excusar su enojoso retraso, rezó el Benedicite en voz baja pero clara y, al final, volviéndose al Obispo e inclinando la cabeza, concluyo diciendo: Iube, Domne, benedícere. Por un instante hízose en la sala un profundo silencio, y díjole el Obispo sonriendo: -íEso nos faltaba todavía, don Bosco! Cuando el buen Prelado se quedó a solas con él le dijo: -Ha sido una buena lección la que nos ha dado; jamás se me olvidará. Don Juan Bonetti recordó este suceso en sus crónicas, añadiendo que don Bosco, cuando exhortaba a sus muchachos a ser francos, pero respetuosos y medidos en las palabras, en cualquier circunstancia, solía decir: -íHay que tener valor, y eso basta! En cuanto don Bosco informó a don Félix Coppo, párroco de Mirabello, y al padre del clérigo Francisco Provera sobre la plena aprobación de sus proyectos por parte de monseñor de Calabiana, partió de Casale, pues le interesaba también la diócesis de Asti. Estaba ésta vacante por muerte de monseñor Felipe Artico, acaecida en Roma el 21 de diciembre de 1859. El seminario había sido ocupado por el Gobierno y por consiguiente los pocos seminaristas, estudiantes de teología y filosofía, ya no podían reunirse allí para dedicarse con sosiego a sus estudios. Los alumnos de los cursos superiores de latinidad se encontraban en gran peligro de perder su vocación. La (**Es6.556**))
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