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ni una cuchara. La capilla era tan pequeña y pobre
que resultaba poco adaptada para el culto divino.
No quedaba más que un solo alumno, Peracchione, de
Collegno, huérfano, pero muy rico, a quien el
tutor no había llevado a su casa.
Al ver tanta desolación, Vaschetti volvió a
Turín al día siguiente, habló con el canónigo
Fissore, Vicario General, el cual, enterado del
estado de la situación, le entregó cuatrocientas
liras para las provisiones más necesarias. Y el
canónigo Vogliotti le llevó trescientas para los
primeros gastos.
Faltaba todo y de todo hubo que abastecerse.
Comenzó don Bosco por enviar a Giaveno los enseres
necesarios para la cocina y sillas; mandó surtir
el almacén de papelería y librería, la despensa,
la cantina, la leñera.
Se encargó de todo ello el caballero Federico
Oreglia di San Stéfano.
((**It6.728**)) Este
señor era conocido en toda la ciudad por su
talento, y desenvoltura, su nobleza de espíritu y
su temple sin miedo a nada.
Se había encontrado con don Bosco en los
ejercicios espirituales de San Ignacio, y había
quedado tan prendado de sus razonamientos que
resolvió consagrarse a Dios con una vida
cristianamente perfecta.
Después de los ejercicios pasó cerca de un mes
como huésped de los padres Rosminianos en Stresa,
pero como sus ideas discreparan de las opiniones
de alguno de ellos, determinó retirarse al
Oratorio de San Francisco de Sales para estudiar
allí su vocación y prestar, al mismo tiempo, los
servicios que le fuera posible. En efecto, se
sujetaba de buen grado a todos los sacrificios con
entera abnegación, y pronto se convirtió en
ejemplo de humildad y paciencia para toda la casa.
Su decisión de vivir en la sociedad de Valdocco
obtuvo el aplauso de muchos, aun por cartas, de
entre las cuales seleccionamos dos.
Ilustrísimo Señor:
A mi regreso de Stresa me fue entregada la
apreciadísima de S. S. Ilma. y Carísima del 14 de
septiembre. Me consoló mucho la determinación, que
tomó S.S. de quedarse con el insigne don Bosco,
pues no podría encontrarse en mejores manos.
Demos gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a
María Santísima. Ahí tiene todos los medios para
hacerse santo y un gran santo. En mi poquedad no
dejaré de recordarle en mis oraciones,
particularmente en el santo sacrificio de la misa;
espero tenga usted la caridad de ayudarme con las
suyas.
Le agradezco la cordialidad que me manifiesta.
Será siempre un honor y un favor para la casa de
San Miguel cada visita con que usted nos regale.
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