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Cuando ya estuvo todo de acuerdo, discurría don
Bosco a quiénes enviar para los cargos inferiores
del Seminario menor. En el Oratorio se hablaba de
Giaveno todo el día y había más de uno, entre los
clérigos, que deseaba ir allí y lo pidió. Pero don
Bosco, que sabía el valer de cada uno, y hasta por
qué camino lo llamaba el Señor, desilusionaba a
los que no estaban capacitados para estas
ocupaciones.
Uno de éstos fue el óptimo clérigo Juan
Baravalle, que exponía a don Bosco sus inquietudes
acerca de su porvenir y por eso le manifestaba su
voluntad de ir el año siguiente al seminario de
Giaveno. Tenía plena confianza en don Bosco porque
la primera vez que se había presentado a él, sin
apenas conocerle, al exponerle el deseo de tratar
con él de un asunto que ((**It6.721**)) le
interesaba vivamente, con gran maravilla de su
parte le había contestado el siervo de Dios:
-También yo deseaba hablar de este mismo asunto
desde hace mucho tiempo.
Y comprobó aquel clérigo que don Bosco conocía
perfectamente sus problemas.
Y ahora, ante la petición de ir a Giaveno para
el año siguiente, don Bosco, sin darle respuesta
negativa, le dijo:
-íEl próximo año! íEl próximo año! Y si este
año te tocase ir un poco al paraíso, te
conformarías?
El clérigo respondió que sí.
-Entonces, a qué preocuparte?
Y no añadió más. El clérigo confió lo que le
había sucedido al compañero Domingo Ruffino, el
cual tomó nota de ello en su crónica. Dios llamó a
Baravalle a la Orden de San Francisco, en la que
ingresó a su tiempo y fue sostén y lustre de la
misma.
Mientras don Bosco trabajaba para realizar los
deseos del Vicario General, el día 6 de septimbre
hubo reunión de la Pía Sociedad. Don Bosco
manifestó su pensamiento en los siguientes
términos:
Si nuestras reglas, si nuestra Congregación no
han de redundar a la mayor gloria de Dios, estoy
completamente conforme con que el Señor suscite
dificultades, que hagan imposible la aprobación de
aquéllas y ésta.
Entretanto os digo: no se introduzca ninguna
novedad en casa; aun cuando parezca que sería
mejor otra cosa, no importa. Demos de lado a lo
mejor y atengámonos sencillamente a lo bueno. No
se haga interpretación alguna, ni violencia a las
reglas; no se den por caducadas ciertas prácticas
de piedad para sustituirlas por otras nuevas. Por
ejemplo, hay quien quisiera establecer la compañía
religiosa del Sagrado Corazón de María: me gusta
esta compañía, la deseo, pero como sería en
menoscabo de la de San Luis, que ahora se sostiene
con dificultad, dejemos estos
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