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-Y a quiénes haría colgar los hábitos? A los
buenos o a los malos?
A los malos.
-Y qué haría con ellos?
-Haría que se dedicaran a otro oficio.
-Conoce usted a muchos curas?
-Más de cincuenta.
-Y de estos cincuenta cuántos malos conoce?
-La mitad.
-Sabría usted decirme sus nombres?
-íClaro que sí; de muchos!
Sacó entonces don Bosco su agenda, y dispuesto
a escribir con su lápiz en la mano, le dijo:
-Dígame el nombre de estos curas malos y le
prometo hacerlos suspender a todos ((**It6.712**)) del
ejercicio del sagrado ministerio.
Los viajeros volvieron su mirada hacia don
Bosco y hacia su interlocutor, curiosos por ver el
desenlace de aquel desafío; y en sus caras se
dibujaba simpatía por aquel sacerdote.
-íEa, pues! -añadió don Bosco, siempre
dispuesto a escribir.
Comenzó aquel criticón a apurarse y don Bosco
repitió:
-Quiénes son esos curas?
Aquel señor comenzó a retorcer las puntas de
sus bigotes, y balbuciendo palabras inconexas,
dijo tímidamente:
-Conozco a uno que... en fin, dicen que es un
retrógrado... que envía dinero al Papa en lugar de
dárselo a los pobres...
-Y los otros?
-Otro también es contrario a la política del
Gobierno... enemigo de Italia, critica las leyes
aprobadas por el Parlamento...
-Pero éstos no son delitos, exclamó don Bosco.
Y aquel buen hombre, que tal vez nunca había
hablado con un sacerdote y que sólo había
aprendido a acusarlos por las lecturas de los
periódicos sectarios, no se atrevió a proseguir.
No sabiendo cómo salir del apuro, y molesto ante
la insistencia de don Bosco, cortó bruscamente:
-íHablemos de otra cosa!
Entonces don Bosco le espetó un sermoncito
apropiado al lugar y a la persona, que produjo
buen efecto en todos los compañeros de viaje.
En Strambino, don Bosco predicó las glorias de
la Asunción de María y el día siguiente hizo el
panegírico de San Roque en la plaza de la capilla
dedicada a este santo.
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