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Don Domingo Ruffino y Don Juan Turchi, que
estaban presentes y que oyeron el relato del
sueño, nos legaron testimonio del mismo y los
nombres de algunos de los que estaban sentados en
la primera mesa.
El 15 de agosto dejó don Bosco el Oratorio para
ir a Strambino. Lo acompañaba José Reano, que dejó
relación escrita del viaje. Tan pronto como don
Bosco tomó asiento en el coche con otros viajeros,
entró un hombre que por las trazas parecía un rico
negociante. En seguida se puso a fumar, aunque
estaba prohibido en aquel departamento. Pero antes
de encender el cigarro pidió licencia a don Bosco,
preguntándole si no le molestaba el humo. Contestó
don Bosco que si iba a fumar un ratito, lo podría
aguantar. El comerciante fumó un cigarro y en
cuanto lo hubo acabado, se disponía a encender
otro. Entonces don Bosco con su acostumbrada
jovialidad, le dijo:
-Perdone, señor, hasta ahora yo he hecho
penitencia por usted tragando su humo; ahora
desearía que hiciera usted un poco de penitencia
por mí, no fumando.
-Tiene usted razón, contestó el comerciante
guardando el cigarro; y se entabló conversación
entre los dos sobre Turín y otras cosas. Por
último el comerciante llevó la conversación al
tema de las Obras pías, de la caridad de los curas
y finalmente del Oratorio de Valdocco y de don
Bosco. Afirmaba que aquel buen sacerdote albergaba
más de trescientos muchachos en su casa y que
tenían allí una disciplina adaptada ((**It6.711**)) a su
edad; y lo que más importa, la enseñanza de aquel
Hospicio era buena y buena también la educación,
pues se enseñaba la ciencia y la moral.
-íUn día -exclamó- quiero ir a ver esa casa y
aquellos muchachos!
Don Bosco escuchaba sonriente y callaba. El
tren llegó a Montanaro, y el buen comerciante
bajó.
Entre Montanaro y Strambino subió otro viajero,
que comenzó en seguida a hablar con don Bosco
familiarmente, y no tardó en sacar a colación el
tema de los curas, pero de distinta manera,
diciendo de ellos que eran personas inútiles para
la sociedad, que disfrutaban de sus prebendas y no
seguían las máximas del Evangelio.
Interrumpióle don Bosco con gracia:
-Perdone, le gustaría a usted tal vez que no
hubiese ningún cura en el mundo?
-Eso no; íes evidente que debe haber una
religión!
-Entonces, cómo lo arreglaría usted?
-Haría colgar los hábitos a la mitad.
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