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quien se sienta con fuerzas para vencer los
peligros; yo no soy bastante ((**It6.54**)) fuerte.
Lo que yo pienso y creo es que si los compañeros
pudiesen ver su interior, muchos se darían cuenta
de que van a casa con alas de ángeles y, a su
regreso, llevan dos cuernos en la frente como unos
diablillos.
Pero don Bosco no permitió que Magone quedara
privado de la necesaria recuperación de fuerzas y,
a título de premio, quiso que le acompañara al
acostumbrado paseo de I Becchi, con el primer
grupo de excursionistas, entre los cuales se
hallaba don Juan Garino, testigo de lo que
narramos. Se emprendió el viaje el día treinta de
septiembre, fiesta de san Jerónimo. Durante el
camino tuvo don Bosco oportunidad de conversar
largo y tendido con Magone y descubrir en él un
grado de virtud muy superior a lo que se esperaba.
Los pilló un inesperado aguacero y llegaron a
Chieri totalmente calados. Fueron a casa del
caballero Marcos Gonella, que solía recibir
bondadosamente a los muchachos del Oratorio
siempre que iban y volvían a Castelnuovo de Asti.
Proporcionó a don Bosco y a sus acompañantes lo
que les hacía falta para la vestimenta, y luego
los obsequió con una comida por todo lo alto.
Después de unas horas de descanso, volvieron a
emprender la marcha. Al cabo de un rato, Magone
quedó rezagado, y uno de los compañeros, creído
que estaba cansado, se le fue acercando y se dio
cuenta de que susurraba en voz baja. Y le dijo:
-Estás cansado amigo Magone, verdad? No
aguantan tus piernas el peso de este viaje?
-íQuita allá! Yo cansado? De ningún modo, iría
todavía hasta Milán.
-Qué estabas diciendo ahora cuando caminabas
hablando bajito a solas?
((**It6.55**)) -Iba
rezando el rosario de la Santísima Virgen por ese
señor que nos ha tratado tan estupendamente; no
puedo pagárselo de otra manera, y por eso ruego al
Señor y a la Santísima Virgen que derramen sus
bendiciones sobre esa casa y les den cien veces
más de lo que nos han dado a nosotros.
Resulta difícil decir cómo agradecía Magone
cualquier favor recibido. Muchas veces apretaba
afectuosamente la mano de don Bosco y, mirándolo
con los ojos arrasados en lágrimas, decía:
-No sé cómo expresar mi gratitud por la gran
caridad que tuvo conmigo al aceptarme en el
Oratorio. Me esforzaré por recompensárselo con mi
buena conducta y pidiendo a Dios que le bendiga a
usted y sus trabajos.(**Es6.53**))
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