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(Al amado hijo Miguel Rúa, salud en el
Señor.
Me has enviado una carta escrita en idioma
francés; y has hecho bien. Que seas francés sólo
por la lengua y la palabra; pero de alma, corazón
y obra, sé romano intrépido y generoso.
Aprende, pues, y observa esta palabra. Te
esperan muchas tribulaciones; pero en éstas,
nuestro Señor Jesucristo te dará muchos consuelos.
Muéstrate ejemplo de buenas obras; vigila en pedir
consejos; haz constantemente lo que es bueno a los
ojos del Señor.
Lucha contra el demonio; espera en Dios; y si
algo puedo, seré todo tuyo.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté
siempre con nosotros. Salud.
San Ignacio de Lanzo, 27 de julio 1860.
JUAN BOSCO, Pbro.)
Por aquellos días encontrábase don Miguel Rúa
haciendo ejercicios espirituales en casa de los
Paúles, de Turín, preparándose para la sagrada
orden del Sacerdocio. El canónigo Vogliotti pagaba
por él a aquellos religiosos, no sólo la pensión
tasada para los diez días de retiro, como lo había
hecho ya antes para el subdiaconado y el
diaconado, sino que desembolsaba, casi por entero,
la cantidad bastante considerable que se debía a
la real cancillería por el placet otorgado a la
dispensa de edad, concedida por Roma. Esto consta
en una carta de don Miguel Rúa, escrita para dar
las gracias al Canónigo, el cual, mientras con
este acto generoso hacía una notable obra de
caridad, ponía la mira en otro santo fin, a saber,
mover a don Bosco en favor de Giaveno.
Todavía no había resuelto don Bosco aceptar el
Seminario. Este, a fines del año escolar
1859-1860, antes del 12 de agosto, fecha de
clausura del curso según el Reglamento, y ya con
poquísimos alumnos, anunció por medio de sus
superiores, al despedirlos, que probablemente no
se abrirían las escuelas para el siguiente año.
Parecía perdida toda esperanza de devolver la
vida a aquel Instituto, donde tanto clero había
recibido su primera ((**It6.701**))
educación. A monseñor Fransoni le dolía mucho este
hecho, pero no sabiendo cómo remediarlo, al
encontrarse ausente y lejos, dejaba al pleno
arbitrio del Vicario General la solución del
problema. Entonces el Vicario no encontró mejor
partido que el de instar nuevamente a don Bosco
esperando que éste, con la fama de su nombre y la
labor de sus hijos, daría nueva vida de
florecimiento a aquel Seminario, conservándolo
para la Iglesia. Así, que, interpretando la
intención del Arzobispo, rogóle aceptara aquel
encargo. Condescendió don Bosco con los deseos de
su Superior y aceptó de buen grado el
ofrecimiento,
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