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((**Es6.524**) formado un grueso flemón en el cuello, que le causaba grave fastidio y dolor. Don Félix Coppo, al verle sufriendo de aquella manera le dijo: -Pero, usted, que ha logrado la curación de tantos enfermos, por medio de la intercesión de María Santísima, por qué no pide a la Virgen que lo cure? Contestóle don Bosco: -Mire, aun cuando yo supiera que bastaba una avemaría para curarme, no la rezaría. Dejemos que se haga la voluntad de Dios. Concluido este asunto, don Bosco, sin preocuparse de sus dolorosas molestias, fue a los ejercicios espirituales del Santuario de San Ignacio, dispuesto a atender al sagrado ministerio. Llevóse consigo a los clérigos Boggero, Durando y Francesia. Al toque de campana para las sagradas funciones, don Bosco acudió a la iglesia. A su lado se colocó un joven caballero, que no le era desconocido y que de mucho tiempo atrás andaba engolfado en las más extravagantes aventuras del mundo elegante. Había subido a san Ignacio para contentar a su desconsolada madre, que le había prometido pagar sus deudas. Pues bien, sucedió que faltáronle las fuerzas a don Bosco para seguir de rodillas, como lo exigía el rito de la función y, habiéndosele reventado el flemón, cayó desmayado. El Caballero que vio a don Bosco desmayado, se sintió movido por una compasión que nunca había experimentado. Lo levantó ((**It6.697**)) en brazos y lo llevó cuidadosamente a la habitación, en donde no tardó en recobrar el sentido con los cuidados que se le prodigaron. Cuando don Bosco volvió en sí, vio al pie de la cama al Caballero llorando. Le pidió que se acercase a su lado, lo tomó por la barbilla, se lo acercó despacito hasta el pecho y con acento afectuoso le dijo: -íAhora está usted en mis manos. Qué debo hacer? Añadió unas palabras más y el noble joven, conmovido por aquella caricia tan paternal, se puso desde aquel momento enteramente a su disposición. Cediendo al impulso de la gracia, se confesó; y renunció a su vida disipada con santos propósitos de constancia y de fe. Desde san Ignacio, contestó don Bosco a los muchachos que le habían escrito cartas desde el Oratorio o desde sus pueblos. He aquí algunas. Al cumplidísimo joven señor Esteban Rossetti, estudiante de primero de Retórica. Montafia. (**Es6.524**))
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