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que se convenció de que no podía triunfar en su
empeño. Por lo que renunció a la autoridad casi
real de lugarteniente, con la que se había hecho
investir en Nápoles; y, atacado de ictericia,
comenzó a dar indicios de que a veces tenía
trastornada la imaginación y el juicio
desquiciado. El día 11 de diciembre de 1862 fue
nombrado presidente de Ministros. Medio imbécil e
inepto para el trabajo, a primeros de 1863, fue
acometido de un temor que lo hacía ridículo e
insociable. Se figuraba que todos se le habían
rebelado, que Europa se había levantado en armas
contra Italia, y profería extravagancias
inconcebibles. En el mes de marzo, completamente
enloquecido y con la fantasía exaltada por los
sucesos de Polonia, se presentó al rey Víctor
Manuel. Apuntóle a su pecho con una pistola, según
contaron los periódicos de entonces, y le intimó a
movilizar al instante el ejército en auxilio de
los polacos, o morir. Al punto dióse cuenta el Rey
de que tenía ante sí un loco y se ofreció a
ejecutar inmediatamente lo que le pedía, con lo
que le desarmó.
En sus delirios iba gritando Farini:
-Francia es grande y generosa; mirad, sus
ejércitos atraviesan Europa; Polonia y Hungría
están a salvo; ya no existe el Papa.
El pobre loco, había encargado un coche de
ferrocarril para ir a París a hablar con el
Emperador Napoleón III; pero la noche del 20 de
marzo fue acompañado hasta la estación y conducido
después al convento de la Novalesa junto a Susa,
recién transformado en manicomio. Este convento,
uno de los más célebres ((**It6.690**)) en toda
la historia de la civilización de Italia,
pertenecía a los benedictinos, que con su piedad y
ciencia le habían ganado una fama inmortal. Fue
respetado durante diez siglos por los extranjeros
y los bárbaros, y vio arrojados a sus religiosos
en 1856 por el Gobierno, en nombre de la libertad.
Transformado en manicomio, uno de los primeros en
ingresar fue un Ministro del Reino.
Pocos días después se le trasladó a la casa de
campo Cristina, que era un manicomio especial. El
infeliz estuvo allí algún tiempo; contemplaba a
Turín y aseguraba ser la ciudad de Varsovia; pero
como no diera esperanza alguna de curación, fue
sacado de allí y llevado a Quarto, en la costa del
mar, junto a Génova. Después de una vida peor que
la misma muerte, apartado de todo consorcio
humano, falleció el día 1 de agosto de 1866, sin
haber recobrado el juicio. En medio de las
riquezas, que había acumulado, repitió por todas
partes que quería morir pobre y así sucedió en
efecto. Durante su juventud, y en los años de su
poder, había hecho beber hiel y mirra a la Iglesia
y a sus más fieles defensores, lanzando contra
ellos calumnias deshonrosas;
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