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cumplió aquel refrán de: no hay mal que por bien
no venga, y la afirmación de San Pablo, de que
todo se convierte en beneficio para los que aman a
Dios: Diligentibus Deum omnia cooperantur in
bonum.
El Oratorio tuvo ocasión de experimentar la
verdad de estas palabras, puesto que las
persecuciones del Gobierno y los cobardes ataques
de la mala prensa le resultaron beneficiosos. En
efecto, aquellas antipáticas, y a la vez
llamativas inspecciones, dieron a conocer mejor a
don Bosco y su obra; prestaron ocasión a las
Autoridades públicas para convencerse de que nada
habían de temer de su política; antes al
contrario, hicieron que se le enviara de muchas
partes un número tan grande de alumnos que, en
poco tiempo, pasaron de quinientos a seiscientos,
setecientos y finalmente hasta mil.
El Oratorio se convirtió en una ciudad de los
muchachos, llena de halagüeñas esperanzas para la
Iglesia y para la sociedad civil. No sólo los
padres y los párrocos, sino hasta los alcaldes,
gobernadores o delegados empezaron a enviar, en
mayor número que antes, a los hijos de sus
empleados difuntos y de otros necesitados, que
recurrían a ellos para ingresar en un centro de
beneficiencia.
Algunos gobernantes apreciaban tanto a don
Bosco y al Oratorio que les parecía no encontrar
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el Estado una persona y un lugar más seguro para
sus recomendados.
Farini mismo volvía el 18 de julio a hacer sus
recomendaciones. Con esta fecha, enviaba el
caballero Salino una súplica, con el número de
oficio dos mil ciento cincuenta y cinco, en favor
de Pablo Bertino, de trece años, natural de
Levone. La presentaba aquel Ayuntamiento, apoyada
por el párroco y por el Diputado, a fin de que el
Ministro obtuviese de don Bosco una plaza gratuita
de estudiantes en su centro para el joven
recomendado.
Le siguieron otras recomendaciones. Tenemos a
la vista muchas cartas de Ministros y de sus
Secretarios 1 en las que se insta a don Bosco para
que admita en el Oratorio a muchachos huérfanos y
desamparados, con expresiones de gran encomio y
promesa de ayuda a su obra. Este hecho sirvió al
Oratorio de firme apoyo en aquellos tiempos en los
que bastaba que una institución, por buena que
fuera, cayera en sospecha al Gobierno, para que se
encontrase en seguida expuesta a guerras atroces y
en peligro de sucumbir a las violencias de quien
blandía la espada o manejaba la pluma.
Pero don Bosco mantenía la más estricta reserva
para no meterse en asuntos o temas de política,
tanto más que la fórmula adoptada
1 Véase el apéndice del presente volumen.
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