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que el asunto iba a tener feliz desenlace, no
porque Cavour fuera mejor que Farini en política,
pues no quedaba el uno a la zaga del otro, sino
porque había tenido buenas relaciones con don
Bosco y conocía la naturaleza y el fin del
Oratorio. Por esto contestó con entereza:
-Señor Conde, quieren destruir la casa de
Valdocco, que usted visitó, alabó y socorrió
tantas veces; quieren echar de nuevo a la calle y
a los peligros de la mala vida a los pobres
muchachos recogidos por calles y plazas, a los que
allí se encamina a una vida laboriosa y honrada y
que fueron ya objeto de sus complacencias; se
trata a aquel sacerdote, que Su Excelencia levantó
hasta las nubes tan a menudo con sus inmerecidos
elogios, como a un reaccionario, más aún, como a
un jefe de rebeldes. Y lo que más que ninguna otra
cosa me apena es que, sin presentarme la menor
razón, fui registrado, molestado, deshonrado
públicamente con grave daño para mi institución,
sostenida hasta ahora por la caridad, gracias a la
buena fama de que goza. Es más, los agentes del
Gobierno se burlaron en mi casa y ((**It6.679**)) en
presencia de los muchachos, que quedaron
escandalizados, de la moral, la religión y los
sacramentos. Callo otras cosas gravísimas, que me
parece imposible hayan sido ordenadas con el
asentimiento de Su Excelencia. No sé qué será de
mí; pero estos hechos no pueden quedar ocultos
mucho tiempo a los hombres y más tarde o más
temprano serán castigados por Dios.
-Quede tranquilo, replicó Cavour, quede
tranquilo, querido don Bosco, y convénzase de que
ninguno de nosotros le quiere mal. Además,
nosotros dos somos amigos de siempre, y quiero que
sigamos siéndolo en lo porvenir. Pero usted,
querido don Bosco, ha sido engañado y algunos,
abusando de su buen corazón, le han llevado a
seguir una política que conduce a tristes
consecuencias.
-íQué política ni qué consecuencias! El
sacerdote católico no tiene más política que la
del santo evangelio y no teme consecuencias de
ninguna clase. Entre tanto los Ministros me
suponen culpable y me tildan de tal a los cuatro
vientos, sin presentar una prueba de las
acusaciones que se propalan contra mí y mi
Instituto.
-Puesto que quiere obligarme a hablar, replicó
Cavour, hablaré y afirmo claramente que de algún
tiempo acá el espíritu que domina en usted y en su
institución es incompatible con la política que
sigue el Gobierno; por lo cual razono así: usted
está con el Papa, pero el Gobierno está contra el
Papa; por consiguiente usted está contra el
Gobierno y no hay escapatoria posible.
-Sin embargo, yo escaparé de su silogismo,
señor Conde. Observo
(**Es6.510**))
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