((**Es6.509**)
-Pero las cartas...
-Que no existen.
((**It6.677**)) -Y las
relaciones políticas con los jesuitas y con
Fransoni y con el cardenal Antonelli...
-Que ni las hay, ni las hubo jamás. Hasta
ignoro el domicilio de los jesuitas; y con
monseñor Fransoni y con la Santa Sede no he tenido
nunca más relaciones, que las que un sacerdote
debe mantener con sus superiores eclesiásticos,
para aquello que pertenece al sagrado ministerio.
-Sin embargo, tenemos cartas, tenemos
testimonios.
-Pues si hay cartas, si hay testimonios contra
mí, por qué no me presenta una? Así las cosas,
señor Ministro, yo no pido gracia, sino que exijo
justicia. Pido justicia a usted y al Gobierno; no
para mí, sino para muchos pobres, consternados por
los repetidos registros e inspecciones y la
aparición de la policía en su pacífico hogar, que
lloran y tiemblan por su porvenir. Mi corazón no
puede aguantar la pena que lo oprime al verlos en
ese estado, y hechos, por la prensa, blanco de la
censura pública. Para ellos, pues, pido justicia y
exigo reparación del honor, para que no llegue a
faltarles el pan con que sustentarse.
Al oír las últimas palabras Farini se turbó y
casi se conmovió. Se puso en pie y empezó a pasear
en silencio por la sala. Tenía en su poder la
carta del arzobispo Fransoni secuestrada; hubiera
podido presentársela a don Bosco, pero seguramente
se lo impidió la vergüenza de haber violado el
secreto postal. Por otra parte aquella carta no
probaba nada, pues no había sido escrita por don
Bosco, sino por monseñor Fransoni. Hubiera tenido
que reconocer en consecuencia que uno de los
motivos, por los que el Gobierno sospechaba de don
Bosco, era un hecho totalmente ajeno a su
responsabilidad.
((**It6.678**)) Algunos
minutos después abrióse de improviso una puerta y
apareció el conde Camilo de Cavour, a la sazón
Ministro de Asuntos Exteriores y Presidente del
Consejo. Con aire sonriente y frotándose las
manos:
-Qué pasa?, preguntó como si nada supiera.
-íVaya! tengamos un poco de consideración con
el pobre don Bosco, siguió diciendo en tono
bonachón; arreglemos las cosas amistosamente. Yo
siempre he querido a don Bosco y sigo queriéndolo
todavía. Qué sucede, pues?, replicó tomándole de
la mano e invitándolo a sentarse. Puede saberse de
qué líos se trata?
Al ver a Cavour y oír sus bondadosas palabras,
previó don Bosco
(**Es6.509**))
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