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serio y respetuoso, le acompañó hasta las
escaleras. Los ordenanzas, al ver el acto de
cortesía de su jefe con don Bosco, apenas se
retiró a su despacho, empezaron a hacer
reverencias al pobre cura, lo rodearon, algunos le
besaron la mano y hubo quien lo acompañó hasta la
misma puerta.
Don Bosco volvió al Oratorio con don Angel
Savio. Eran las ocho de la noche, y aún no había
comido.
Pero antes de ir a descansar, abrió la cartas
llegadas aquel día y se encontró con unas ((**It6.669**)) líneas
del caballero Salino en favor del huérfano Alberto
Tasso, de Oneglia, y con el número de orden dos
mil noventa y uno y fecha del 13 de julio. El día
10 ya había recibido otras dos en favor de los
huérfanos de padre, Reydet y Penchienatti,
recomendados por el dicho caballero en nombre del
Ministro, con los respectivos números de protocolo
dos mil treinta y nueve y dos mil cuarenta y
cuatro.
En una de éstas, lo mismo que en otras
anteriores, leíase expresado en distintos modos lo
siguiente: <>.
Tomó nota don Bosco para la admisión, aunque no
le parecía que su condescendencia pudiera alejar
el peligro que le amenazaba.
Sin duda que aquella tarde el siervo de Dios
debió de elevar más de una vez al Señor con todo
fervor el ruego que Ester dirigió al Rey Asuero:
Si inveni gratiam in oculis tuis, o Rex, et si
tibi placet, dona mihi populum meum pro quo
obsecro. (Si he hallado gracia a tus ojos, oh rey,
y si al rey le place, concédeme la vida de mi
pueblo: esta es mi petición).'
1 Ester, VII, 3.
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