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((**Es6.501**) -Hágalo aquí mismo, pero sea breve; los presentes son gente de confianza. Entonces don Bosco, sin tomar en cuenta la descortesía, dijo en voz alta: -Caballero, tengo quinientos muchachos abandonados a los que mantener, y desde este momento los pongo en sus manos, y le ruego que provea a su porvenir. -Quiénes son esos muchachos? -Son chicos pobres y huérfanos o abandonados, que el Gobierno me ha enviado hace ya algún tiempo, y ahora quiere volver a echarlos a la calle. -Dónde se encuentran? -Recogidos en mi casa. -Quién los mantiene? -La caridad de algunos bienhechores. -No paga pensión para ellos el Gobierno? -Pensión? Ni un céntimo. Ante aquel diálogo de preguntas y respuestas tan breves, tan rápidas e interesantes, todos los que estaban en la sala se acercaron y rodearon a don Bosco, maravillados y curiosos por ver en qué terminaba aquello, y al mismo tiempo daban muestras de indignación por el desprecio con que era recibido un hombre tan venerable. Al darse cuenta Spaventa del mal papel que hacía su proceder, cambió de táctica; sobre todo, después de que don Bosco se acercó a él y le dijo en voz baja: -Tenga la bondad de escucharme y pronto; de otro modo se arrepentirá antes de que anochezca mañana. El Secretario, sorprendido ante aquellas palabras, se decidió a concederle audiencia privada y lo tomó de la mano diciéndole ((**It6.667**)) cortésmente: -íPase, pase! Y le hizo entrar en su despacho. Nos contó después don Angel Savio: -Cuando la puerta se cerró tras de los dos ya no vi nada ni oí una palabra. Unos instantes más tarde, volvió Spaventa a la antesala, demudado y agitado, y dirigiéndose a secretarios, diplomáticos y otros distinguidos personajes, que habían ido para conferenciar con él sobre asuntos de Estado, les dijo: -Perdonen, tengo un asunto importantísimo que despachar, y que no admite dilación. Hoy no puedo recibirles. Vuelvan mañana. Y se retiró de nuevo, cerrando tras sí la puerta de su despacho. Don Bosco estuvo allí durante muchísimo tiempo. Pero jamás se (**Es6.501**))
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