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fuerzas con quien puede más que ellos: con la
Virgen y con Dios mismo, que desbaratará sus
planes. íNo, no conseguirán cerrarlo!
A la hora fijada llegó don Bosco al Ministerio;
entró en la sala de espera y se hizo anunciar.
Pero el Secretario Spaventa, olvidado o
arrepentido de la palabra dada, mandó a decir que
le sería difícil poder recibirlo, dados los
gravísimos asuntos que tenía entre manos. Don
Bosco respondió al recado:
-Aguardaré, hasta que el señor Secretario pueda
recibirme.
Y resuelto a esperar el tiempo que fuera
menester para ser recibido, con una tranquilidad
inigualable, sin acordarse del calor ni de la
necesidad ((**It6.665**)) de
comer y apagar la sed, se quedó esperando hasta
las seis de la tarde. Durante aquellas siete horas
fue llenándose el salón continuamente de
muchísimas personas de toda clase y condición, que
pasaban, una tras otra, al despacho del
Secretario, hasta los últimos llegados; pero a don
Bosco no le tocaba nunca el turno. Los ordenanzas
iban y venían atravesando la sala, miraban al
pobre cura con aire burlón, sonreían
maliciosamente y al encontrarse se guiñaban el ojo
y movían la cabeza.
Los señores que aguardaban su turno miraban
extrañados a aquel sacerdote sentado en un rincón,
con el clérigo Cagliero a su lado al principio, y
después con el sacerdote Angel Savio, que había
ido a substituir al compañero para que éste fuera
a comer.
De cuando en cuando, don Bosco se levantaba, se
acercaba a uno de los ordenanzas, renovaba su
petición e insistía para ser admitido a audiencia.
Luego, con inalterable paciencia, volvía a su
puesto. Llegó a ser tan amarga aquella situación
que los mismos ordenanzas empezaron a compadecerse
de él.
Por fin, el caballero Spaventa, avergonzado
quizá de tratar de aquel modo a un ciudadano, que,
aunque fuera sacerdote, era con todo igual que los
demás ante la ley, se decidió a dejarse ver. Así
que, después de barbotar, de modo que don Angel
Savio pudo oírlo:
-Qué quiere ese importuno?
Se presentó a la puerta del despacho y le dijo
con rudos modales:
-Don Bosco, qué sucede para insistir tanto en
hablarme?
Al verle y oír aquellas palabras, todos los
presentes, incluso los empleados y ordenanzas
presentes en la sala, volvieron sus ojos hacia el
pobre sacerdote, que respondió de esta manera:
-Necesito hablar unos instantes con Su Señoría.
((**It6.666**)) -Qué
quiere?
-Quisiera hablarle confidencialmente.
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