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((**Es6.499**) peligros donde no existían; o también, movidos por el miedo, intentaban amedrentar a aquéllos de quienes sospechaban que pretendían estorbar sus planes. Era, pues, de temer que algún día tomasen una medida extrema y ordenaran el cierre del Oratorio de Valdocco. Ya sabía don Bosco que se había tomado la determinación de exiliarlo; pero personas influyentes y de gran autoridad habían desbaratado el plan trazado. Había, pues, que tomar precauciones. -Pero, cómo?, decía don Bosco; escribir protestas? No me contestan. Volver a pedir audiencia a Farini? Estoy convencido de que, si me presento a él en persona, podría demostrarle fácilmente mi inocencia. Mas, por desgracia, el Ministro no quiere concedérmela. Con todo, es necesario intentar todos los medios. Había pedido audiencia una y otra vez, pero en vano. En las llamadas esferas gubernativas se temía extraordinariamente un encuentro con don Bosco, porque su palabra tenía grandísimo poder hasta sobre los corazones peor dispuestos; por consiguiente se habían tomado todas las medidas para que no fuera recibido por ningún ministro. Pero él resolvió vencer con calma y valor todo obstáculo. Hubiera dado no sólo su vida, ((**It6.664**)) sino revuelto Roma con Santiago, antes de permitir que le fueran arrebatados de su lado sus muchachos, pues sin él, humanamente hablando, podía darse por perdido el Oratorio. Por tanto, al no serle posible presentarse a Farini, dirigióse don Bosco al caballero Silvio Spaventa, Secretario General del Ministerio de Gobernación; pero también éste rehusaba recibirlo y, a fin de cansarlo y evitar su encuentro, difería la audiencia por medio de los ordenanzas, de un día para otro, de la mañana a la tarde y de la tarde a la mañana del día siguiente. Mas, por fin, tuvo que recibirlo y he aquí de qué modo. Era el 14 de julio; el Secretario habíale dado esperanza de que a las once de la mañana le daría audiencia. Los muchachos del Oratorio temblaban por su suerte. Don Bosco afligido, mas sin perder la calma, llamó al clérigo Juan Cagliero y le dijo: -Acompáñame al Ministerio. Al llegar a la calle Palatina, se detuvo un instante, y exclamó: -íQué malo es el mundo! Esos señores del Gobierno tienen muchas ganas de cerrar el Oratorio y acabar con él a toda costa. íPobrecitos! Se equivocan. No se saldrán con la suya. Creen que han de vérselas tan sólo con don Bosco y no saben que han de medir sus (**Es6.499**))
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