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peligros donde no existían; o también, movidos por
el miedo, intentaban amedrentar a aquéllos de
quienes sospechaban que pretendían estorbar sus
planes. Era, pues, de temer que algún día tomasen
una medida extrema y ordenaran el cierre del
Oratorio de Valdocco. Ya sabía don Bosco que se
había tomado la determinación de exiliarlo;
pero personas influyentes y de gran autoridad
habían desbaratado el plan trazado.
Había, pues, que tomar precauciones.
-Pero, cómo?, decía don Bosco; escribir
protestas? No me contestan. Volver a pedir
audiencia a Farini? Estoy convencido de que, si me
presento a él en persona, podría demostrarle
fácilmente mi inocencia. Mas, por desgracia, el
Ministro no quiere concedérmela. Con todo, es
necesario intentar todos los medios.
Había pedido audiencia una y otra vez, pero en
vano. En las llamadas esferas gubernativas se
temía extraordinariamente un encuentro con don
Bosco, porque su palabra tenía grandísimo poder
hasta sobre los corazones peor dispuestos; por
consiguiente se habían tomado todas las medidas
para que no fuera recibido por ningún ministro.
Pero él resolvió vencer con calma y valor todo
obstáculo. Hubiera dado no sólo su vida, ((**It6.664**)) sino
revuelto Roma con Santiago, antes de permitir que
le fueran arrebatados de su lado sus muchachos,
pues sin él, humanamente hablando, podía darse por
perdido el Oratorio.
Por tanto, al no serle posible presentarse a
Farini, dirigióse don Bosco al caballero Silvio
Spaventa, Secretario General del Ministerio de
Gobernación; pero también éste rehusaba recibirlo
y, a fin de cansarlo y evitar su encuentro,
difería la audiencia por medio de los ordenanzas,
de un día para otro, de la mañana a la tarde y de
la tarde a la mañana del día siguiente. Mas, por
fin, tuvo que recibirlo y he aquí de qué modo.
Era el 14 de julio; el Secretario habíale dado
esperanza de que a las once de la mañana le daría
audiencia. Los muchachos del Oratorio temblaban
por su suerte. Don Bosco afligido, mas sin perder
la calma, llamó al clérigo Juan Cagliero y le
dijo:
-Acompáñame al Ministerio.
Al llegar a la calle Palatina, se detuvo un
instante, y exclamó:
-íQué malo es el mundo! Esos señores del
Gobierno tienen muchas ganas de cerrar el Oratorio
y acabar con él a toda costa. íPobrecitos! Se
equivocan. No se saldrán con la suya. Creen que
han de vérselas tan sólo con don Bosco y no saben
que han de medir sus
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