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tuviera a bien darlas a conocer a sus diocesanos,
si pensaba que ello servía para honor y gloria de
Dios y salvación de las almas.
-Dichosos nosotros, concluyó, si Su Eminencia
aceptara este obsequio.
Su Eminencia hizo ademán de aprobación y
afirmación. Visitó después la casa, pasó por los
dormitorios, el salón de estudio, los talleres, el
comedor de los clérigos y la cocina, la cual
bendijo, diciendo: Provea el Señor con abundancia
para todos.
Salió de la casa a las diez y media entre los
gritos de: íViva Pío IX! íViva el Cardenal Cosme
Corsi! Formaron los muchachos dos filas entre las
que pasó la comitiva, desde el pórtico hasta el
coche, que estaba esperando en la puerta, y el
Cardenal iba bendiciendo a todos con fervor y
emoción.
Dijo el canónigo Alasia que nunca había
presenciado función como aquélla y que no había
podido contener las lágrimas. Lo mismo afirmó el
canónigo Ortalda.
De allí pasó el Cardenal al Refugio, donde no
se había hecho ningún preparativo para recibirlo;
entró como un simple sacerdote, no dijo palabra,
dio la bendición con el Santísimo Sacramento y a
continuación fue, con la marquesa de Barolo, a
visitar el santuario de la Consolación para dar
gracias a la Virgen por su liberación. El 21 de
julio emprendía viaje de vuelta hacia Pisa.
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