((**Es6.496**)
Eminencia Reverendísima:
Antes de que partáis de nuestra humilde
mansión, Eminencia Reverendísima, permitid que os
exprese algunos sentimientos de sincera gratitud
en nombre de mis venerados superiores, y que
recoja los pensamientos de mis amados compañeros
para deciros que éste es el más hermoso día para
nuestro Oratorio, día glorioso, como tal vez no
volvamos a ver. Verdad es, Eminencia, que en medio
de tanto regocijo estamos confusos porque nuestra
condición, el tiempo, el lugar no han permitido
agasajaros como fuera nuestro deseo, pero nos
consuela el pensamiento de que la bondad que
Vuestra Eminencia ha tenido al llegar hasta
nosotros para dirigirnos dulces y consoladoras
palabras de vida eterna, perdonará nuestra
pequeñez...
((**It6.660**))
Permitidme ahora, os exponga un deseo que nos es
común a todos. Eminencia, humildemente os rogamos
que os dignéis ofrecer una súplica por nosotros al
Señor, para que podamos salir ilesos de las duras
borrascas de esta vida y llegar al puerto de
nuestra salvación. Os rogamos que nos bendigáis,
no sólo mientras estáis aquí con nosotros, sino
también cuando, de vuelta a vuestra muy querida
diócesis, os sentéis de nuevo en la cátedra, a la
que Dios sapientísimo os destinó. Por nuestra
parte, nosotros os prometemos elevar nuestros
débiles pero fervientes votos al trono de
misericordia y justicia para que desciendan sobre
Vuestra Eminencia las más abundantes bendiciones.
Dignese Dios concedenos muchos años de vida para
el bien de la Iglesia, que Vos edificáis con el
ejemplo y la palabra, y ceñir vuestra frente con
la corona que merece el que ha combatido
valerosamente las batallas del Señor...
Otro favor me queda por pediros, Eminencia, y
es que toméis a nuestro Oratorio bajo vuestra
poderosa protección y que sigáis favoreciéndonos
ante el Santo Padre, que es la persona de la mayor
veneración, amor y ternura de nuestro corazón. Y
Vos, Eminencia, la primera vez que veáis el amable
rostro de nuestro tierno y santo Padre, decidle
que los muchachos de los Oratorios de esta ciudad
le agradecen los grandes favores espirituales y
temporales que les ha concedido; decidle que rece
por nosotros y nos dé su santa bendición, decidle
que le queremos mucho, y que ésta es la expresión
de más de un millar de compañeros míos que, si se
tratara de dar por El y por la Santísima Religión
de la que es Cabeza, bienes, salud y vida, todos
estaríamos dispuestos a ofrecernos generosamente.
Muchísimas cosas más quisiera deciros, pero
temo abusar de vuestra paciencia; por esto,
mientas me doy por satisfecho de haber podido
hablar, me callo ahora confundido de no haberlo
hecho como hubiera debido; y dejaré la oportunidad
a mis compañeros para que unánimes y al unísono
expresen los afectos del corazón.
íViva Pío IX, nuestro Beatísimo Padre!
íViva su Eminencia el Cardenal Corsi, que en
este instante lo representa en nuestro Oratorio!
((**It6.661**))
Respondió Su Eminencia que, a partir de aquel
momento, hacía partícipe al Oratorio de todas las
oraciones que por su disposición se harían en su
diócesis, y que, cuando fuera a ver al Santo
Padre, no se olvidaría de los hijos de don Bosco.
Entonces se acercaron tres jovencitos y le
ofrecieron la colección completa de las Lecturas
Católicas. Uno de ellos díjole que, puesto que las
Lecturas Católicas habían sido muy recomendadas
por el Santo Padre, le rogaba
(**Es6.496**))
<Anterior: 6. 495><Siguiente: 6. 497>