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Dios había renunciado ya a su canonjía para
encerrarse entre los pobres de la Pequeña Casa del
Cottolengo. Este digno sacerdote también era amigo
de don Bosco, que siguió teniendo en la
Residencia, por concesión suya, una habitación y
la biblioteca a su disposición, para poder
retirarse libremente a escribir sus libros, dado
que era un lugar tranquilo. Accediendo a su
voluntad, continuó don Bosco yendo, también aquel
año de 1860 y los siguientes, a los ejercicios
espirituales de san Ignacio.
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