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El jueves siguiente tuvo lugar otra edificante
función, ya que el mencionado don Bosco fue a
celebrar la misa a esta parroquia, acompañado de
unos ochenta alumnos, que comulgaron con gran
admiración de todos los presentes, al contemplar
la devoción de estos muchachos. Después de la
misa, el buen Padre guardián les obsequió con un
frugal desayuno.
Entre los que tomaron parte en esta
peregrinación, hubo un joven al que don Bosco
había profetizado su porvenir. He aquí cómo
sucedió.
Habían ido a confesarse con don Bosco unos
estudiantes de las escuelas del Carmen. A uno de
ellos, apellidado Coccone, díjole el buen siervo
de Dios:
-Tú serás sacerdote.
No le hizo gracia al muchacho tal anuncio, pues
tenía cierta aversión al estado clerical, y habló
de ello a los compañeros, los cuales, de vez en
cuando, se burlaban de él. Don Bosco tratando de
ganárselo, se lo llevó con alguno de sus
compañeros a la romería de la Virgen del Campo,
juntamente con los muchachos del Oratorio, pero
después de algún tiempo, casi un año, Coccone no
apareció por el Oratorio. Don ((**It6.49**)) Pablo
Albera se encontró con él, clérigo ya y
condiscípulo suyo en 1861 en los cursos de
filosofía.
Pasaron quince años desde el día que hablo con
don Bosco por vez primera y, siendo ya sacerdote,
encontróse con él un día, en la colina, cuando se
dirigía a San Vito. Lo saludó, lo acompañó, habló
con él de diversas cuestiones, pero no se dio a
conocer. De repente, paróse don Bosco, lo miró y
le dijo:
-Usted es aquel joven a quien hace quince años
le dije que se haría sacerdote.
-Es verdad, contestó Coccone maravillado.
Este joven estaba destinado por Dios para hacer
muchísimo bien en las cárceles.
En aquel mismo mes de septiembe de 1858,
llevaba Dios al Oratorio, por caminos imprevistos,
a otro joven que había de ayudar mucho a don
Bosco. De este modo lo escribía el señor Angel
Gámbara, desde Mirabello:
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