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Llegada la hora del sepelio, desfiló el cortejo
fúnebre. Formaban en él diversas cofradías, los
franciscanos, una representación del Oratorio de
Valdocco y una hilera de unos doscientos
sacerdotes, entre ellos don Bosco, más los
muchachos que iban detrás del féretro. A lo largo
del camino estaban apiñados miles de ciudadanos.
Don Bosco oía por todas partes elogios, oraciones
y sollozos.
Al llegar a la parroquia de los Santos
Mártires, atestada también de público, se cantó la
misa, se celebraron la exequias y después los
cofrades de san Roque cargaron sobre sus hombros
el precioso depósito y se encaminaron hacia el
camposanto. Mucha gente de toda clase fue
siguiendo el féretro, ((**It6.650**)) rezando
oraciones y rosarios, alternando con los
sacerdotes. La capilla del cementerio no pudo dar
cabida a la muchedumbre que seguía los venerables
restos mortales.
Impartida la absolución fúnebre, el féretro fue
llevado al depósito donde los fieles a porfía se
adueñaron de las flores colocadas sobre el ataúd,
como preciosos recuerdos del difunto sacerdote.
Durante los días siguientes continuaron las
visitas a su sepulcro de las personas que él había
favorecido. También acudió don Bosco y dejó
escrito: <>.
Según acta del 25 de junio de 1860 de la
Audiencia Territorial se abrió el testamento
secreto de don José Cafasso, fechado al 10 de
octubre de 1856. El siervo de Dios dejaba los
bienes patrimoniales a sus parientes y lo heredado
del teólogo Guala a la Pequeña Casa de la Divina
Providencia. Entre los muchos legados figuraba el
artículo catorce en favor de don Bosco y de sus
muchachos: <>.
Con este testamento quedó don Bosco como
propietario único de lo que había comprado al
señor Pinardi.
Por la noche refirió don Bosco a los muchachos
que don José Cafasso les había dejado en
testamento un recuerdo de ((**It6.651**)) su
caridad, describió el magnífico funeral que
atestiguaba sus virtudes, reconocidas
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