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((**Es6.487**) brazos en cruz. Y he aquí que, dadas las diez, próximo ya a expirar, mientras se rezaba el Proficíscere (ímarcha ya, alma...!), de pronto dio una sacudida, se volvió, como si hubiese oído que le llamaban por su nombre, y se vio sensiblemente cómo su cuerpo se levantaba del lecho y quedaba en el aire sobre un lado, con los ojos abiertos y tan vivos que causaban estupor. Y extendió los brazos amorosamente hacia un objeto invisible y misterioso. Era la Virgen, como puede creerse con toda razón, que se le aparecía visiblemente para consolarle en aquellos últimos suspiros, concediéndole la gracia que por tantos años había implorado con esta oración: -íQuiero lanzarme a tus brazos en el último instante de mi vida! La mirada del moribundo estaba vuelta hacia los pies del lecho y clavada en el cuadro que representaba la muerte de san José. Poco después expiró. Atestiguaron el hecho los dos sacerdotes residentes, reverendos Allachis y Bonino, que estaban presentes, y monseñor Cagliero, que lo oyó de labios de don Bosco. A toda prisa notificaron a éste que don José Cafasso se encontraba en sus últimos momentos. El siervo de Dios acudió en seguida, acompañado por el joven Francisco Cerruti, y llegó pocos instantes después de expirar. Cayó de rodillas junto a su cama y rompió a llorar a lágrima viva. Por la noche comunicó a los muchachos la dolorosa noticia, hizo el elogio de don José Cafasso, prometió que escribiría ((**It6.649**)) su biografía y ordenó que la fiesta de san Juan Bautista se trasladaba para el domingo, día primero de julio, después de la solemnidad de san Luis, que debía celebrarse el 29 de junio. La habitación de don José Cafasso se transformó en capilla ardiente durante los días 23 y 24 de junio. Acudió gran concurso de gente para contemplar el cuerpo del santo sacerdote, cuyo rostro irradiaba aire de paraíso. Besaban sus manos, cortaban sus ropas, sus vestidos, sus cabellos, tocaban su cuerpo con objetos, que se estimaban preciosos por este contacto. Todos querían reliquias. El día 24 por la tarde sus despojos mortales, encerrados en un ataúd de nogal, fueron trasladados a la iglesia de san Francisco de Asís, rodeados de una muchedumbre extraordinaria que besaba los lienzos fúnebres. Ante las apremiantes instancias del pueblo, destapóse el ataúd, se dejó ver el cadáver y se volvió a tapar. El día 25 por la mañana al rayar el alba, después de rezar los residentes el oficio de difuntos, cantó la misa de Requiem el teólogo Golzio. La gente se agolpaba, muchos lloraban y algunos colocaban flores y azucenas sobre el féretro. Era un espectáculo conmovedor. (**Es6.487**))
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