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con que todos estaban conjurados contra las
instituciones del Estado. Volcaron las ollas,
hicieron abrir los armarios y llevaron su
escrutadora mirada hasta la zafra del aceite y un
saco de arroz. Es más, el caballero Gatti, que
parecía el más celoso de los tres, vio una baldosa
recién puesta, sospechó al punto, que debajo se
escondía el cuerpo del delito y se colocó encima
golpeando con el pie y escuchando a ver si sonaba
a hueco. En el mismo lugar, al abrir una alacena,
saltaron dos ratones, y don Bosco se echó a reír.
-Por qué se ríe?, preguntó el señor Malusardi.
-La verdad es que debería lamentar el derroche
de autoridad y de dignidad que ustedes hacen con
tan pueriles pesquisas; pero me río porque
espantan a los ratones.
Bajaron a la bodega en la que se registraron
los rincones más obscuros, y también los toneles.
Al ver una gran cuba, preguntó el señor Malusardi
si estaba vacía o llena.
-Desgraciadamente vacía, contestó don Bosco.
Entonces él miró dentro, como si sospechara que
estaba llena de dinero o de armas, o quizá también
de conjurados, como el caballo de Troya.
Disgustados y acobardados por no encontrar lo que
buscaban, los tres exploradores se consolaban
diciendo:
((**It6.625**)) -Se nos
aseguró que en esta casa está el cuerpo del
delito; por lo tanto, buscando, tendremos que dar
con él.
-Y yo les aseguro, añadió don Bosco, que en
esta casa no hubo, ni hay cuerpo alguno de delito;
por consiguiente no lo hallarán, aun cuando lo
estén buscando hasta el día del juicio.
De allí pasaron a inspeccionar detalladamente
la iglesia, y los talleres, las salas de estudio;
abrieron pupitres y mesas; no dejaron nada sin
mirar y, por equivocación, o por exceso de celo,
destaparon incluso las letrinas.
Quedaban por registrar los dormitorios y se los
llevó allí, manosearon las almohadas, revolvieron
los jergones; pero los pobrecitos no lograron
encontrar más que alguna pulga y llevársela
consigo, a pesar suyo.
Dieron las dos de la tarde y los muchachos,
terminado su angustioso recreo, entraron: los
aprendices en sus talleres y los estudiantes en
sus respectivas aulas.
Entonces los funcionarios suspendieron su
indecorosa tarea y reanudaron el examen de los
alumnos, dando muestras de ser más agradables. En
este momento don Bosco los dejó y fue a tomar un
bocado, pues estaba todavía en ayunas.
Para actuar más libremente los examinadores se
trasladaron a la
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