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armas; en las casas particulares suelen personarse
para arrestar a los malhechores. Me parece
increíble que hombres sensatos y constitucionales
como deben ser los señores ministros admitan, sin
prueba alguna, que en este centro pueda haber
malhechores, conculcando los artículos de la
Constitución que garantizan la inviolabilidad del
domicilio y la inmunidad de las personas.
Su franqueza desconcertó al triunvirato
inquisidor, el cual dio pronto pruebas de que
hacía muchas cosas a su libre albedrío; puesto
que, después de las observaciones de don Bosco,
los guardias salieron uno tras otro de la
habitación y fueron a estacionarse en los campos
desiertos que a la sazón rodeaban el Oratorio.
La conversación de don Bosco con aquellos
señores se prolongó más de media hora y ellos,
después de intentar hacerle incurrir en
contradicción con lo que había dicho don Víctor
Alasonatti, obtuvieron de él los informes
suficientes para convencerlos de que el Gobierno
nada tenía que temer de su Instituto.
-Pero, en resumidas cuentas, qué piensa usted
de las recientes anexiones de las Provincias
Romanas al Piamonte?
((**It6.618**)) A tal
pregunta alzó la voz don Bosco y exclamó con
energía:
-Como ciudadano que soy, estoy dispuesto a
defender a mi patria, aún a costa de la vida,
pero, como cristiano y como sacerdote, nunca podré
aprobar estas cosas.
El clérigo Ghivarello, que estaba en la
habitación contigua, oyó claramente estas últimas
palabras.
Entonces los agentes del Gobierno, halagados
con la esperanza de encontrar en el Oratorio algún
indicio, aunque fuera mínimo, que, descubierto y
comprobado, les proporcionase la oportunidad de
hacer alarde de ello ante sus jefes, pidieron
visitar las escuelas, y don Bosco satisfizo su
deseo. Quiso acompañarlos también el mismo don
Víctor Alasonatti, recobrado ya y reanimado. Los
alumnos estaban en sus clases: ciento setenta y
seis internos y diez externos.
Conviene notar aquí que el caballero Gatti, que
se presentaba como encargado de visitar
especialmente las escuelas, sabía poco latín y
griego, pues había sido simplemente profesor de
historia y geografía en un colegio nacional y
tenía a la sazón en el ministerio de Instrucción
Pública el cargo de inspector de las escuelas
elementales. Se limitaba, por consiguiente, a
interrogar a los alumnos sobre nociones de
geografía e historia, con preguntas insinuantes y
engañosas. El señor Malusardi, sentado a la
cabecera de los bancos, hacía a los muchachos que
estaban más cerca preguntas confidenciales;
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