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-íVenga, don Bosco, venga a toda prisa, que hay
otro registro! íEl Oratorio está atestado de
guardias!
Entonces reflexionó don Bosco:
-Ahora comprendo por qué he errado el camino.
La mano visible de la Providencia me ha traído
hasta casa, donde es necesaria mi presencia. El
Señor veía más lejos que yo.
Y se apresuró a entrar en el Oratorio, en el
momento preciso en que se le esperaba como a un
ángel libertador. En aquel instante sucedía la
dolorosa escena de don Víctor Alasonatti.
((**It6.615**)) Estaban
todos los muchachos espantados. Más aún cuando
vieron que los guardias habían impedido
bruscamente la salida del clérigo Juan Cagliero,
que iba a sus lecciones de música con el maestro
Cerrutti, llevando consigo alguna partitura
musical. Parte de ellos se juntó en la iglesia a
rezar, y unía a sus oraciones las de miles de
personas recogidas en el Cottolengo por mandato
del canónigo Anglesio. Este aguardaba con ansiedad
el resultado de aquel abuso de poder.
Tan pronto como don Bosco subió la escalera,
algunos aprendices se plantaron al pie de la misma
dispuestos a oponer resistencia e impedir que se
llevaran a don Bosco. El clérigo Anfossi no supo
contenerse y penetró corriendo en el despacho del
Prefecto, detrás de don Bosco. Era precisamente el
momento en que se desmayaba don Víctor. Al ver en
aquel deplorable estado a su querido y digno
ayudante, experimentó una profunda pena. Se acercó
a él, tomó su mano y le llamó por su nombre. A la
voz de don Bosco, pareció recobrarse un poco, y
con voz apagada contestó:
-Don Bosco... ayúdeme...
-No se apure, añadió éste; estoy yo, y me
ocuparé de todo; íánimo!
-Vim patior (soy víctima de la violencia),
replicó a duras penas el buen Prefecto.
-Ya veo, por desgracia, que sufre violencia,
continuó don Bosco. Lo siento en el alma; pero
recuerde que regnum coelorum vim patitur et
violenti rapiunt illud (el reino de los cielos
sufre violencia y los violentos lo conquistan).
Después de estas palabras de aliento al pobre
paciente, volvióse don Bosco a los requirentes y
les preguntó qué pretendían. Anfossi oyó que uno
de ellos respondió:
-Que se nos entreguen las cuentas exactas del
balance de la casa y del dinero que guarda en su
poder; de no ser así, tenemos orden de arrestarle.
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