((**Es6.461**)
sus enemigos, y por consiguiente, concluían:
también en su casa tiene que hallarse el cuerpo
del delito.>>
Imbuidos de tales prejuicios, los tres
inspectores pretendían a toda costa que don Víctor
les indicase el tesoro. Hasta que Malusardi para
atemorizarle, le dijo con voz violenta:
-Usted nos engaña; usted tiene el dinero y nos
lo quiere ocultar; usted es un jesuita; pero
tendrá que vérselas con nosotros.
Y mientras esto decían, lo agarraron por los
brazos, lo sacudieron, lo zarandearon por la
habitación, despreciando en su persona la dignidad
sacerdotal. Con tan viles tratos aquel hombre de
Dios, siempre agobiado por el trabajo y delicado
de salud, sintió que le faltaban las fuerzas.
-Pero yo, señores, no les hago a ustedes ningún
mal, dijo, y se desmayó.
Su inesperado desfallecimiento hizo avergonzar
a aquellos ilustrísimos señores que, al darse
cuenta de que no habían procedido como honrados
funcionarios, sino como unos tristes salteadores,
intentaron remediar el desafuero, sosteniendo al
desmayado y recostándolo en una silla.
((**It6.614**)) Y don
Bosco? Había salido de casa leyendo tranquilamente
la ley sobre la enseñanza escolar. Aquella mañana
tenía que ir a dos sitios: a la Magistratura para
arreglar ciertas dificultades relacionadas con la
compra de la casa de los Filippi; y después al
palacio del marqués de Fassati donde le esperaban
a una hora fija para comer, con la promesa de una
ayuda en dinero. Pero, ícosa extraña!, al salir de
la Magistratura, dispuesto a ir a casa del
Marqués, se distrajo de tal modo que perdió el
rumbo de a donde iba. En vez de avanzar hacia el
centro de la ciudad, pasó lentamente de una a otra
calle, de una plaza a otra en dirección opuesta, y
fue a dar, como desmemoriado, a la calle
Cottolengo. Ya había andado un buen trecho de
ésta, cuando se dio cuenta de su error.
-íPobre de mí!, pensó, a dónde voy? Siento
retornar a casa, porque me esperan aquellos
Señores... Pero volver atrás me resulta pesado y
temo no llegar a la hora fijada... Por otra parte,
mañana es domingo, esta tarde hay confesiones y es
preciso que me encuentre en mi puesto temprano.
Y mientras así discurría seguía caminando,
hasta que por fin resolvió:
-Sea lo que fuere; ya estoy cerca de casa y
quiero ir a ella.
Y he aquí que vio aparecer de improviso a
Duina, Martano y Mellica, los cuales al verle,
corrieron a él y le dijeron:
(**Es6.461**))
<Anterior: 6. 460><Siguiente: 6. 462>