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a aprender a leer y escribir. Era necesaria toda
la paciencia de Job para dominarlos. Narra el
maestro Reano: <>-Ninguno; ninguno en absoluto.
((**It6.611**)) >>-Es
posible?, exclamó aquel señor.
>>-Y muy posible, respondí. El castigo que
impongo, de acuerdo con las órdenes del Superior
de la Casa, consiste en que ciertos días de la
semana reparto unos bonos para pan, valederos en
la panadería Magra de la calle Pellicciai, a los
alumnos que mejor se portan, ya que todos son
hijos de padres muy pobres; y a los revoltosos no
les doy ninguno. Este es el único castigo de la
escuela. Además, para atraerlos y estimularlos a
venir, don Bosco les prepara de vez en cuando
algún premio, como por ejemplo, prendas de vestir.
>>Aquel señor se despidió y pareció que no
tenía nada que observar>>.
Los tres inspectores entraron en el patio,
subieron a la primera planta de la casa y, como no
estaba don Bosco, se presentaron a don Víctor
Alasonatti, que hacía sus veces en calidad de
prefecto. Le declararon quiénes eran y expusieron
su misión. El señor Malusardi comenzó diciendo:
-Muéstrenos ante todo el libro de cuentas.
-Aquí lo tiene, contestó el buen sacerdote;
éste es el mayor, con el nombre y apellidos,
filiación y lugar de nacimiento de cada alumno;
este otro es el diario; y en este tercero están
anotadas las condiciones de aceptación.
Aquellos señores tomaron los registros, los
hojearon acá y allá y, después de unos minutos,
dijo el Secretario:
-Con esta contabilidad no se entiende ni jota.
-Si no lo entienden, yo no tengo la culpa,
respondió el padre Alasonatti. Si tienen la bondad
de escucharme con paciencia, se lo explicaré todo.
-Sí, queremos saberlo todo y en pocas palabras.
Díganos, primero, cuántos alumnos residen en esta
casa.
-Los muchachos externos, que acuden al Oratorio
pasan de setecientos,
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