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se quedaron al pie de la escalera, otros dos en la
antesala y dos más anduvieron hurgando con sumo
rigor durante dos días por la habitación, en todos
los rincones y escondrijos. No encontraron nada
que pudiera justificar los temores del Gobierno.
Defraudadas sus esperanzas con el registro de
la Residencia Sacerdotal, se ilusionaron con tener
mejor suerte en el Oratorio. Así lo dejó escrito
don Bosco: <>.
Nosotros, siguiendo las huellas de su
narración, la iremos ampliando con otros
testimonios.
((**It6.610**)) Eran
las diez de la mañana del nueve de junio, quince
días después del primer registro, cuando,
escoltados por la policía, llegaron al Oratorio
tres señores. Eran el señor Malusardi, secretario
del ministro Farini, el caballero Gatti, inspector
general en el ministerio de Instrucción Pública y
el profesor Petitti, doctorado en teología, pero
seglar. El primero debía examinar los libros de
cuentas e inspeccionar los locales; el segundo,
visitar las escuelas e interrogar a los alumnos; y
el tercero, tomar nota taquigráfica de preguntas y
respuestas. Les acompañaban otros empleados de los
ministerios, y algunos guardias vigilando fuera de
la puerta del Instituto.
Desgraciadamente don Bosco había salido poco
antes a la ciudad, sin dejar dicho a nadie dónde
tenía intención de ir aquella mañana. Fueron
enviados al instante en su busca varios jóvenes,
José Buzzetti entre ellos; pero recorrieron Turín
en todas direcciones sin resultado alguno.
Los inspectores comenzaron por visitar la
escuela del maestro Reano que estaba junto a la
portería. En ella había casi noventa y tres
muchachos externos, casi todos expulsados de las
escuelas municipales, por demasiado rebeldes o
demasiado sucios, que empezaban
(**Es6.458**))
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