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Don Bosco es un hombre extraordinario y por tanto
no se le puede juzgar por el mismo rasero que a
los demás.
A su vez don Bosco contestaba un sinfín de
veces, de viva voz o por carta, a los que
reprochaban su iniciativa:
-Cuando yo sepa que el demonio ha dejado de
acechar contra las almas también yo dejaré de
buscar nuevos medios para salvarlas de sus
insidias y sus trampas.
El tercer plan, el de extender fuera de Turín
su incipiente Congregación y confiarle un colegio
de estudiantes, era uno de los más atrevidos para
aquellos tiempos. La Providencia de Dios guiaba
los acontecimientos, y el Ayuntamiento de Cavour
le ofreció la dirección de su antiguo Colegio
Municipal, cerrado hacía algún tiempo, y que
quería volver a abrir. Casi al mismo tiempo, el
canónigo Celestino Fissore, Vicario general y más
tarde Arzobispo de Vercelli, le había dado a
conocer su vivo deseo de que pensara en dirigir el
Seminario Menor de Giaveno.
Este Seminario, fundado poco después del
Concilio de Trento y regido según las normas de
sus sabios decretos, había sido durante casi tres
siglos vivero del Clero, primero para la Abadía de
San Miguel de la Chiusa, a la que pertenecía, y
después para la Archidiócesis de Turín, a la que
fue incorporado a principios del siglo diecinueve.
Habían florecido en él por mucho tiempo los
estudios de todo el bachillerato, únicos entonces
en la diócesis destinados a promover las
vocaciones. En los últimos años había mermado
tanto el alumnado que el Seminario estaba a punto
de ser cerrado y expropiado por el Gobierno.
El clérigo Anfossi, que fue a visitarlo en
1859, quedó maravillado del silencio que en él
reinaba, y le dijeron que no ((**It6.604**)) había
más que unos veinte alumnos; estaban abandonados
los estudios y su Vicerrector y Ecónomo a la vez,
sólo para los asuntos internos, el teólogo
Alejandro Pogolotto, vivía en un palacete
contiguo. El verdadero Rector, representante de la
Curia y con plena autoridad, era el arcipreste
canónigo de la insigne Colegiata de San Lorenzo. A
él correspondía la aceptación de los alumnos, la
alta vigilancia y la administración de los bienes
del Seminario y de las pensiones. Los siete
profesores del Seminario residían en el Colegio,
pero no tenían más cometido que la enseñanza; y
hacía un año que no percibían sueldo alguno,
porque las rentas no daban lo necesario. Había dos
clérigos encargados de la vigilancia, disciplina y
estudio, y uno de ellos tenía que substituir al
profesor de las clases elementales, cuando por
cualquier motivo no pudiera ir a clase. Estas eran
tres; iban a
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