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embargo, él solía repetir a sus jóvenes que don
José Cafasso era un gran bienhechor de la casa y
que le había entregado varias veces cuantiosas
limosnas.
La última vez que don José Cafasso visitó el
Oratorio, fue precisamente para dar un vistazo a
los trabajos de la portería, cuyos planos había
examinado ya, y para llevar su bendición al
Instituto, pues hasta entonces no se le había
visto casi nunca por la zona de Valdocco.
Una vez inauguradas y arregladas aquellas
dependencias, mandó don Bosco colocar, en un
cuadro preparado a propósito, un reglamento
redactado por él mismo.
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REGLAMENTO DEL LOCUTORIO
1. No se permite a los alumnos del Oratorio
hablar con nadie, sin permiso explícito del
Superior o del encargado. No pueden ser llamados
al locutorio más de dos veces al mes, y solamente
desde las doce y media a las catorce, todos los
días, excepto los festivos.
2. Nunca se permite la salida particular, ni
con los parientes, ni con otros.
3. No está permitido a los alumnos recibir vino
o licores, ni guardar dinero consigo; quien reciba
dinero deberá entregarlo al Prefecto, que se lo
suministrará cuando sea menester.
4. Tampoco pueden recibir ni entregar nada a
sus parientes, si no es a través del portero.
5. En el locutorio está prohibido fumar y comer
ninguna clase de comestibles.
6. Terminado el tiempo de locutorio, debe
dejarse libres en seguida a los alumnos.
7. No se permite a los parientes entrar en los
dormitorios de los alumnos.
8. El único lugar para hablar con los alumnos
es el locutorio; por tanto, no es lícito entrar en
los patios sin permiso de los Superiores.
Tan pronto como Carlos Buzzetti terminó su
primera obra, le confió don Bosco la de la pequeña
sacristía a poniente de la iglesia de san
Francisco, junto al presbiterio. Esta, lo mismo
que la habitación de encima, estaba destinada al
clero infantil. Ocupaba una parte del huertecillo,
propiedad de don Bosco, que se prolongaba hasta la
tapia en la calle de La Jardinera.
Buzzetti terminó la sacristía aquel mismo año
de 1860, pero le tocó sorber después el amargo
veneno de la calumnia. El ingeniero arquitecto le
acusó ante don Bosco de hombre de mala fe que
buscaba la manera de engañar a don Bosco ((**It6.599**)) en la
compra de materiales. El ingeniero era un buen
católico, caritativo y miembro de las Conferencias
de San Vicente de Paúl, pero al mismo tiempo,
(**Es6.450**))
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