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cubierto, que daba acceso al despacho del portero
y por éste se pasaba a un salón, que servía de
recibidor para los parientes de los alumnos. Por
tanto, quedaba, entre las escuelas y la portería,
un espacio a la intemperie que conducía desde el
portón hasta el patio, para el paso de carruajes,
y don Bosco determinó cubrirlo con una gran bóveda
de ladrillos.
Llamó al empresario, pidióle hiciera un
presupuesto, y luego que ejecutara la obra. Aquél
advirtió a don Bosco que solamente la armadura del
techo le iba a costar unas dos mil liras.
-Haga el cálculo total de gastos, replicó don
Bosco; que no faltará lo que sea necesario.
Estaba presente al diálogo el joven Carlos
Buzzetti, a la sazón simple albañil. Indignado al
ver cómo engañaba a don Bosco un hombre que no
buscaba más que su propio lucro, esperó a que el
empresario se alejase, y dijo a don Bosco:
-Ese señor, si no me equivoco, quiere
enriquecerse a expensas de don Bosco.
-Qué dices?
-Digo que dos mil liras son un disparate.
-En cuánto tasas tú esta obra?
-Creo que se puede hacer con seiscientas o
setecientas liras.
-La armadura?
-No, toda la obra.
((**It6.597**)) -Pues
bien, te doy mil a ti, si eres capaz de ejecutar
mi plan...
-Mil son demasiadas liras. Tal vez basten
quinientas.
-Si te atreves, hazlo, hazlo en hora buena.
Buzzetti aceptó. Convencido don Bosco de que el
empresario abusaba de su buena fe, decidió
despedirlo; pero no en seguida y, además, con
delicadeza. Como quiera que todavía debía acabar
algunas reparaciones en casa, suspendió el
reciente encargo y le dijo que necesitaba que sus
albañiles atendieran a lo que era más apremiante.
Carlos Buzzetti puso manos a la obra, como
había prometido, y en breve la acabó.
Los gastos de esta obra corrieron a cargo de
don José Cafasso, que había entregado a don Bosco
una importante cantidad, probablemente para la
compra de la propiedad de los Filippi. La revista
El Apologista Católico de septiembre de 1860,
afirmaba que el montante pasaba de cuarenta y
cinco mil liras. Don Bosco habló varias veces con
don Juan Cagliero de este importante donativo,
añadiendo que don José Cafasso le había mandado
que no lo dijera a nadie. Sin
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