((**Es6.445**)
Po, y lo que es más, acompañado por el mismo don
Bosco, me dijo: -Donato, tranquilo, procura
mantener tu alma en calma.
Estas palabras eran muy bonitas, pero yo
esperaba otras; mas he aquí que usted prosiguió:
-En cuanto a lo que deseas saber, me limitaré a
decirte: Ne timeas ubi non est metus (no temas
donde no hay motivo para temer). Estas últimas
palabras me consolaron...
Un hecho reciente me da motivo para esperar mi
bienestar. No hace más de cuatro semanas que usted
preguntaba a uno que padecía una molestia:
-Quieres curar de tu enfermedad?
A su respuesta afirmativa, añadió usted: -En
cuántos días? -Y el mal desapareció en el tiempo
que le fijó.
Estos y otros hechos semejantes son demasiado
halagüeños como para no sentirme yo movido a
acudir a usted en mi enfermedad. Es más, le
aseguro que ha nacido en mí tal esperanza de
obtener un feliz resultado recurriendo a usted,
que, sólo al pensarlo, me siento satisfecho. Y en
cierta ocasión en que yo lloraba desconsolado,
experimenté verdadero alivio al pensar que podía
recurrir a don Bosco. Qué mayor consuelo puede
disfrutar un hijo que el de verter sus penas sobre
el pecho de su padre? Esta prueba me aprovechará
al menos para conocer la voluntad de Dios tocante
a mí. Me concederá el Señor que yo sane? Se lo
agradeceré de todo corazón y me atrevería a
prometer que ((**It6.592**)) no me
haré indigno de tan gran favor. Si a El pluguiera
que yo permanezca en el estado en que me
encuentro, me resignaré; si, por un lado me
resultaría doloroso, por otro me sería grato,
sabiendo que el Señor lo permitiría para mi mayor
bien.
No añado más. Bien sabe don Bosco lo que yo
deseo, y lo que me es necesario en el Señor. Por
tanto le ruego que con el método que le
caracteriza me magnetice, penetre en mi interior y
halle la manera de consolarme. Tenga la bondad de
perdonarme si mi modo de decir es demasido
familiar y créame.
De su Ilustrísima y Reverendísima Señoría.
Desde el salón de estudio, a 3 de junio.
Su afectísimo hijo
EDUARDO DONATO, clérigo
Al señor don Juan Bosco.
Así se vivía en el Oratorio, sin ningún temor y
con mucha paz y alegría. Allí se respiraba un aire
de familia que alegraba. Don Bosco concedía a sus
alumnos toda esa libertad, que no es peligrosa
para la disciplina y la moral. Por esto no se
exigía formar filas para trasladarse hasta donde
llamaba la campana; y se toleraba en los días de
calor que en el salón de estudio se quitaran la
corbata y la chaqueta.
Más de una vez hiciéronle observar los asistentes
que el orden y el decoro exigían poner remedio.
Pero don Bosco, a duras penas se adaptaba a esas
protestas, pues le gustaba mucho proceder con
naturalidad y espontaneidad, de modo que todo
supiera a familia. Sólo años después consintió,
cuando el número de alumnos aumentó
extraordinariamente.
(**Es6.445**))
<Anterior: 6. 444><Siguiente: 6. 446>