((**Es6.444**)
Se ha hecho correr la voz de que ha sido
encarcelado el óptimo sacerdote don Bosco. Podemos
asegurar que, hasta la hora en que escribimos
esto, la noticia es falsa. Y decimos: <>, porque muy bien podría suceder que, cuando
nuestros lectores lean lo que escribimos, resulte
que don Bosco ((**It6.590**)) esté
encarcelado. No es que exista el menor motivo o
pretexto para ello, pues todos saben quién es don
Bosco; pero hoy día un sacerdote está al margen de
la ley; por tanto es lícito cualquier cosa en su
contra.
Resulta fácil comprender que estas pocas líneas
no podían tranquilizar del todo a los bienhechores
del Oratorio, los cuales imaginaban que los
muchachos internos se encontraban preocupados por
su porvenir. Pero éstos estaban tranquilos, porque
don Bosco les había tranquilizado y prestaban fe
ciega a sus palabras, convencidos de que eran
palabras de un santo, que poseía el espíritu de
profecía. <>. Juzgue el lector la
verdad de esta afirmación por lo que irá viendo en
los futuros volúmenes.
Pero, además del espíritu de profecía,
confirmaban los muchachos en su firme confianza
otros dones extraordinarios del Señor, que veían
resplandecer en él. Refleja el aprecio que todos
tenían al Siervo de Dios esta carta que un clérigo
muy bueno, pero enfermo, escribía a don Bosco por
aquellos días:
Ilustrísimo y Reverendísimo Señor:
Escribo la presente carta para darle cuenta de
mi enfermedad y pedirle consuelo. Abrigué la
esperanza de que esto iba a terminar y hasta
pronto, pero desgraciadamente me doy cuenta de que
se apodera de mí cada vez más. Me esfuerzo por
estar alegre, pero la sonrisa, que a pesar de todo
me acompaña todavía, es la del que se dio un
martillazo en los dedos. Habrá de ser siempre así?
Don Bosco, usted obtuvo muchos favores para otros,
que, como yo, sufrían molestias; no podría
obtenerme también la curación a mí? Sé que no la
merezco, pero sé ((**It6.591**)) que el
Señor concede aún las gracias más señaladas a
quien sabe pedírselas y las pide como conviene.
En una ocasión, ya hace dos meses, le dije:
-íDon Bosco, sueñe conmigo!
Y usted me respondió: <>.
Aquella noche me desperté y, si mal no
recuerdo, pedí al Señor que enviase a don Bosco el
sueño que yo deseaba. Tenía yo verdadera necesidad
de hablar y no quería hacerlo; y mientras
alimentaba en mí el deseo de que usted llegara a
conocer, a través del sueño deseado, lo que yo no
le había dicho, discurría para mí:
<>.
Pero don Bosco soñó y me llamó y, después de
haberme contado un extraño accidente que me
sucedió, a saber, que estaba yo caminando río
abajo por el cauce del
(**Es6.444**))
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