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En cumplimiento de la respetable ordenanza de
hoy, dictada por el ilustrísimo señor Jefe de
Policía de Turín, abogado Chiapuzzi, por la que se
mandaba proceder a una minuciosa inspección
domiciliaria en dicha casa, nosotros los abajo
firmantes Sabino Grasso, delegado de Policía,
Esteban Túa, abogado, y Antonio Grasselli,
abogado, inspectores, el primero de la zona Borgo
Dora y el otro de la de Moncenisio, y con la
escolta de guardias de seguridad, nos hemos
presentado en la susodicha localidad, donde,
llegados ante la presencia del citado sacerdote
don Juan Bosco, se notificó al mismo la finalidad
de la visita y después, en consecuencia, se pasó
con su concurso a una diligente inspección de
todos los rincones, escondrijos, papeles y libros
existentes de las dos estancias que sirven de
habitación del mismo; pero, pese a las más
minuciosas pesquisas, no se encontró nada que
pueda interesar a los fines fiscales.
De cuya operación se da cuenta con la presente
acta, que para su confirmación fue firmada por
todos los que intervinieron, anotando que se
entregó una copia exacta al ya mencionado
sacerdote, a petición del mismo. Firman: SABINO
GRASSO, delegado -ESTEBAN TUA, abogado inspector
-ANTONIO GRASSELLI, abogado inspector.
((**It6.579**)) Hacia
las seis y media se marchaban del Oratorio los
famosos inspectores, llevando consigo a la
Dirección General de Seguridad el original de la
declaración; y los guardias levantaban el asedio.
Apenas salieron, don Bosco fue objeto de las
más afectuosas atenciones de sus queridos
muchachos, que hicieron con él lo mismo que un día
los ángeles en el desierto con el divino Salvador,
cuando fue librado de ciertas asechanzas de las
que nos habla el Evangelio. Uno le preguntaba si
necesitaba algo, otro lloraba de alegría al verle
libre, éste quería saber qué habían hecho y dicho
aquellos señores durante aquellas larguísimas
horas, aquél condenaba la extraña acción y así por
el estilo. El, sereno y con la sonrisa en los
labios, respondía a unos, consolaba a otros,
mandaba callar al que murmuraba e invitaba a todos
a dar gracias a Dios, que los había considerado
dignos de padecer algo por su amor.
Esta fue la primera inspección, que no alcanzó
más resultado que el de satisfacer el bolsillo de
algún espía del Gobierno, calmar la venganza de
algún delator y molestar a la casa. Quedaba
claramente demostrada la inocencia de don Bosco y
la de todos los que vivían en el Oratorio. El
acta, cuya copia se guardó en nuestros Archivos,
hubiera debido convencer a ciertos representantes
del Gobierno para dejar en paz a don Bosco; pero,
desgraciadamente, no iba a ser así.
Don Bosco había salido incólume del primero y
duro aprieto, ya que la finalidad de la visita
policíaca era ni más ni menos la de hallar un
pretexto para acabar con su obra. Pero las
oraciones de millares de almas buenas desbarataron
los deseos de los pecadores.
El carpintero Coriasco, apodado Juanín, que
vivía en su casita
(**Es6.435**))
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