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-íMal rayo te parta!, gritó el que la tenía en
la mano; ímirad! Nos mandan hacer registros, nos
obligan a llevar una vida aperreada y luego se
cartean con los mismos registrados.
-íSeñores!, exclamó don Bosco, han conocido esa
firma? Les parece leal y noble esa manera de
proceder? Los recomendados en esta casa por el
Ministerio, o por personas empleadas en sus
oficinas o en las del Ayuntamiento, son quince.
Pero yo lo perdono todo y quiero pagar la maldad
con un acto de caridad.
Los hombres aquellos lanzaron entonces las
otras cartas, aún sin abrir, sobre el escritorio,
sin preocuparse de examinarlas. De haberlas
abierto, se hubieran tropezado con una expedida
desde Roma, la cual, aunque inocentísima por sí
misma, habría podido, sin embargo, ((**It6.576**))
convertirse en cuerpo del delito y levantar
castillos en el aire sobre Dios sabe qué
conspiraciones contra las instituciones del
Estado. íQué bueno es el Señor y cómo juega de mil
modos para ayudar a los que El quiere!
Ya habían pasado casi tres horas de inútil
registro; los cinco pesquisidores, por culpa del
ajetreo de su ingrato cometido, del polvo que
habían tenido que tragar al remover y trashojar
libros viejos, y del calor que hacía en aquella
habitación, tenían el garguero seco y abrasado por
la sed. Diose cuenta de ello don Bosco y se
compadeció. Hacía un poco que había entrado en la
habitación José Buzzetti, so pretexto de dar un
recado a don Bosco, pero en realidad para ver qué
necesitaba y ordenóle don Bosco que llevara algo
para beber. Los escolares ya habían salido de sus
aulas y hacían recreo casi en silencio. Acá y
acullá veíanse grupos que conversaban entre
temores y esperanzas; otros iban y venían a la
iglesia para rezar por el feliz resultado de la
cuestión; todos, en fin, estaban ansiosos por ver
el desenlace de aquel asunto tan fastidioso que
los llevaba de cabeza. Cuando vieron a Buzzetti
con una bandeja en la mano, vasos y botella,
abrióse su corazón a la esperanza y dieron señales
de alegría pensando que ya no había peligro para
don Bosco.
Los indagadores, convencidos por fin de que don
Bosco no era hombre tal como para inspirar temores
al Gobierno, al ver la bondad y cortesía que usaba
con ellos, en el mismo momento en que cumplían un
encargo antipatiquísimo contra él, acabaron por
concebir aprecio y admiración en su favor;
diéronle gracias y bebieron todos juntos
alegremente, brindando a su salud.
Este rasgo de caridad, las bromas anteriores y
las amables palabras que de vez en cuando les
había dirigido, habían hecho ((**It6.577**)) que don
Bosco se adueñase en cierto modo del corazón de
sus pesquisidores;
(**Es6.433**))
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