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((**Es6.424**) caía en manos de los que hacían el registro podría comprometer al telegrafista, por violación del secreto; y al mismo don Bosco, pues daría motivo a sospechar que se trataba de una conjuración para poner sobre aviso a aquéllos contra los cuales se hacía la guerra. Don Bosco se sentó con cautelosa destreza, hizo resbalar la hojita hasta su mano, la redujo entre sus dedos a una pequeñísima pelotita, la dejó caer al suelo y puso un pie sobre ella. Nadie se dio cuenta de su juego de prestidigitación. Abrieron armarios, baúles, cofres, y revisaron todos los papeles, aun los más pequeños, todos los objetos, confidenciales o no, con una diligencia digna de mejor causa. Viendo don Bosco que la cosa iba para largo, creyó oportuno aprovechar el tiempo en algo útil, y con esa calma que nunca abandona al hombre justo y confiado en Dios les dijo: -Señores, hagan con plena libertad lo que tienen que hacer; yo despacharé mi correspondencia; así no perderemos tiempo. Y se sentó al escritorio para contestar algunas cartas, cuya respuesta estaba en retraso. Al ver esto, díjole el abogado Grasselli: -Usted, no puede escribir nada sin nuestra revisión. -Son ustedes muy dueños, replicó don Bosco; vean en hora buena y lean lo que yo escribo. Así, pues, él escribía y los cinco leían, uno tras otro, sus cartas. Pero sucedía que, antes de que una hubiera sido leída por todos, él, ya tenía otra preparadita para presentar a revisión; por lo que hubo de decir el Delegado: ((**It6.565**)) -Qué estamos haciendo? Perdemos el tiempo leyendo las cartas que don Bosco escribe y no atendemos al trabajo para el que hemos venido. Vamos a aguardar hasta que don Bosco acabe de despachar su correspondencia? No es tan necio como para escribir ante nuestras narices lo que puede ser materia de acusación contra él. Vamos, pues, a hacer lo siguiente: que uno lea las cartas y los demás sigan el registro. Y así lo hicieron. Aquí ocurrieron algunos episodios que sirvieron para levantar los ánimos y convertir en comedia lo que tenía visos de tragedia. Al querer abrir un cajón lo encontraron cerrado con llave: -Qué hay aquí?, preguntaron apresuradamente. -Cosas confidenciales, cosas secretas, contestó don Bosco desde su escritorio; no quiero que nadie se entere. -íQué confidencias, ni qué secretos! Venga en seguida a abrir. -De ninguna manera. Todo el mundo tiene derecho a guardar (**Es6.424**))
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