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caía en manos de los que hacían el registro podría
comprometer al telegrafista, por violación del
secreto; y al mismo don Bosco, pues daría motivo a
sospechar que se trataba de una conjuración para
poner sobre aviso a aquéllos contra los cuales se
hacía la guerra. Don Bosco se sentó con cautelosa
destreza, hizo resbalar la hojita hasta su mano,
la redujo entre sus dedos a una pequeñísima
pelotita, la dejó caer al suelo y puso un pie
sobre ella. Nadie se dio cuenta de su juego de
prestidigitación.
Abrieron armarios, baúles, cofres, y revisaron
todos los papeles, aun los más pequeños, todos los
objetos, confidenciales o no, con una diligencia
digna de mejor causa.
Viendo don Bosco que la cosa iba para largo,
creyó oportuno aprovechar el tiempo en algo útil,
y con esa calma que nunca abandona al hombre justo
y confiado en Dios les dijo:
-Señores, hagan con plena libertad lo que
tienen que hacer; yo despacharé mi
correspondencia; así no perderemos tiempo.
Y se sentó al escritorio para contestar algunas
cartas, cuya respuesta estaba en retraso. Al ver
esto, díjole el abogado Grasselli:
-Usted, no puede escribir nada sin nuestra
revisión.
-Son ustedes muy dueños, replicó don Bosco;
vean en hora buena y lean lo que yo escribo.
Así, pues, él escribía y los cinco leían, uno
tras otro, sus cartas.
Pero sucedía que, antes de que una hubiera sido
leída por todos, él, ya tenía otra preparadita
para presentar a revisión; por lo que hubo de
decir el Delegado:
((**It6.565**)) -Qué
estamos haciendo? Perdemos el tiempo leyendo las
cartas que don Bosco escribe y no atendemos al
trabajo para el que hemos venido. Vamos a aguardar
hasta que don Bosco acabe de despachar su
correspondencia? No es tan necio como para
escribir ante nuestras narices lo que puede ser
materia de acusación contra él. Vamos, pues, a
hacer lo siguiente: que uno lea las cartas y los
demás sigan el registro.
Y así lo hicieron.
Aquí ocurrieron algunos episodios que sirvieron
para levantar los ánimos y convertir en comedia lo
que tenía visos de tragedia. Al querer abrir un
cajón lo encontraron cerrado con llave:
-Qué hay aquí?, preguntaron apresuradamente.
-Cosas confidenciales, cosas secretas, contestó
don Bosco desde su escritorio; no quiero que nadie
se entere.
-íQué confidencias, ni qué secretos! Venga en
seguida a abrir.
-De ninguna manera. Todo el mundo tiene derecho
a guardar
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