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((**Es6.423**) -Sí que le creemos, replicó el abogado Grasselli. -Le creemos como al Evangelio, añadieron los otros. -Si me creen, prosiguió don Bosco ya pueden marcharse, porque ni en mi habitación, ni en ningún rincón de esta casa encontrarán nada que desdiga de un sacerdote honrado y, por tanto, nada que les pueda interesar. -Y, sin embargo, replicó el abogado Túa, se nos aseguró que en esta casa está el cuerpo del delito, y a fuerza de indagaciones daremos con él. ((**It6.563**)) -Si no quieren creerme, a qué tanto preguntar y hacerme hablar? Pero, díganme, por favor, creen ustedes que yo soy un imbécil? -No, por cierto. -Pues si no soy ningún tonto, seguramente no habré dejado nada comprometedor y que pudiera caer en sus manos; y si lo hubiese tenido, lo habría roto o hecho desaparecer hace tiempo. Y ahora sigan su registro, y ya verán por sus propios ojos que soy sincero. Después de revolver inútilmente el cesto de los papeles, acercáronse los tres señores a la mesa para examinar los escritos que sobre ella estaban. Don Bosco se había dado cuenta poco antes de un descuido, que podía ocasionar graves consecuencias. Tenía sobre el escritorio una hojita, copia de un telegrama cifrado, que el Gobierno había enviado, unas semanas antes, a ciertas autoridades del Reino. Había caído en sus manos por una singular casualidad. Un joven telegrafista, que tiempo atrás había frecuentado el Oratorio, al expedir aquel telegrama lo había copiado por capricho sin entender nada y lo guardaba en su cartera. Se encontró con don Bosco por el camino, se lo enseñó y don Bosco, que era experto en descifrar aquellos signos, le rogó que se lo diera. -Tómelo y diviértase -dijo sonriendo el telegrafista. Ya en casa, púsose don Bosco a estudiar aquellas cifras y no tardó mucho en dar con la clave. Se trataba de cinco o seis grupos de cifras arábigas precedidas de las palabras se dé, cuyo significado era: -No se dé nada a Garibaldi, niéguesele todo lo que pide, pero déjesele tomar todo lo que quiera. En efecto, Garibaldi se había lanzado a la conquista de Sicilia, llevándose de alguna batería marítima armas y municiones; mientras los centinelas tenían la consigna de no ver. ((**It6.564**)) Pues bien, aquel telegrama estaba allí abierto sobre el escritorio junto a su traducción, porque don Bosco quería enviarlo al Obispo de Ivrea, que era aficionado a los documentos históricos. Si (**Es6.423**))
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